P. ÁNGEL PEÑA O.A.R.

SACERDOTES  EN  EL  CAMPO  NAZI DE  DACHAU

 

 

S. MILLÁN – 2021

 

ÍNDICE GENERAL

 

INTRODUCCIÓN
Ataques nazis contra la Iglesia.
Dachau.
Los austriacos.
Checos y polacos.
Contra la Iglesia.
Eutanasia.
Prisioneros.
La capilla.
Karl Leisner.
Los trabajos.
Distracciones.
El hambre.
Enfermo de tifus.
Enfermo.
Enfermedades.
Humillaciones.
Castigos.
Experimentos.
Kazimierz Majdanski.
Declaración de 1975 en el tribunal de Múnich.
Liberado.
Marchas de la muerte.
Libres.
Frutos de la experiencia.
S. Maximiliano Kolbe.
Santa Edith Stein.
Beato P. José Kowalski.
Otros beatos.
La Iglesia católica y los judíos.
Juan XXIII.
Juan Pablo II.

CONCLUSIÓN
BIBLIOGRAFÍA

 

 

INTRODUCCIÓN

En este libro vamos a informar un poco sobre la suerte de muchos sacerdotes, religiosos y seminaristas que estuvieron prisioneros en el campo de exterminio de Dachau, a 13 kilómetros de Múnich en Alemania. Por ese campo pasaron 2.579 sacerdotes y religiosos entre 1938 y 1945. De ellos murieron por hambre, enfermedad o en las cámaras de gas 1.034. Había entre ellos 1.700 sacerdotes polacos y de ellos murieron 880.

En total, en Polonia mataron los nazis a 2.000 sacerdotes diocesanos y 370 religiosos. De 17.000 religiosas fueron asesinadas 280. Otros 4.000 sacerdotes y religiosos y 1.100 religiosas fueron prisioneros en distintos campos de concentración.

Debemos recordar que en toda la segunda guerra mundial murieron asesinados por los nazis en diferentes campos y por diferentes causas, no solo sacerdotes, también homosexuales, gitanos, opositores políticos y sobre todo judíos. En total unos seis millones de judíos según algunos, aunque nunca se sabrá el número exacto. Solo en  Auschwitz murieron unos 2.500 gitanos y en total fueron asesinados 250.000. Los homosexuales asesinados serían entre 10.000 y 15.000.

Entre los sacerdotes hubo muchos que dieron un testimonio de fe heroico, de modo que la Iglesia ha podido declarar a algunos santos y a otros beatos o venerables, dignos de veneración. Para los sacerdotes la misa era una necesidad espiritual. Por eso, cuando no podían celebrarla, procuraban al menos conseguir la comunión. Sin embargo, siempre que podían conseguir un poco de pan y unas gotas de vino, la celebraban a escondidas en cualquier rincón oscuro, celebrando la misa de memoria como en las catacumbas de los primeros siglos. Y consagraban hostias para poder dar la comunión a los fieles católicos que lo deseaban. También confesaban y daban la unción de los enfermos a los moribundos. En ocasión de las epidemias, algunos sacerdotes se encerraban con ellos en cuarentena para atenderlos, pues ni los médicos ni las enfermeras ni los guardias querían estar presentes  por miedo al contagio.

Es interesante anotar que, cuando pudieron disponer de una capilla, solo podía celebrar la misa uno y solo durante 30 minutos, pero todos recibían la comunión. El párroco del pueblo de Dachau les proporcionaba hostias y vino; y también la joven religiosa Josefa María Imma Mack, que iba frecuentemente al campo de Dachau a comprar flores y legumbres para su convento de Múnich y que, con la ayuda de sus hermanas religiosas, llevaba cartas, comida, medicamentos y otras cosas para los internos, exponiendo así su vida.

En Dachau tuvieron mucho que sufrir los sacerdotes, religiosos y seminaristas, no solo por los guardias y por muchos prisioneros no católicos, sino también por los trabajos físicos a los que los sometían y los castigos que recibían. Eran verdaderos mártires del siglo XX y así ha reconocido la Iglesia a muchos de ellos. Ojalá que su ejemplo sea un estímulo para nosotros para vivir nuestra fe en plenitud y ser capaces de dar la vida por Dios antes que renegar de la fe.

 

Nota.- La baraque se refiere al libro de Guillaume Zeller, La baraque des prêtres, Ed. Tallandier, París, 2017.

 

ATAQUES  NAZIS  CONTRA  LA  IGLESIA

Marzo de 1933: Mons. Bertram empieza a denunciar ante el presidente alemán, Paul von Hindenburg, los actos ilegales perpetrados por los nazis contra instituciones y bienes de la Iglesia, y pide su amparo ante los ataques.
De 1933 a 1939, la Iglesia envía a Hitler 55 denuncias de violaciones del concordato. Hitler ni siquiera las contesta.
Enero de 1934: el cardenal Pacelli, futuro Pío XII, Secretario de Estado de la Santa Sede, denuncia el cada vez mayor número de sacerdotes encarcelados por el régimen nazi.
7 de abril de 1934: manifestantes nazis asaltan el palacio episcopal de Würzburgo (Baviera) y lo destrozan.
30 de junio de 1934: por orden de Hitler caen asesinados los católicos E.J. Jung, Erich Klausener, A. Probst y Fritz Gerlich, todos ellos críticos con el régimen nazi.
1935: agresiones nazis contra los católicos en Münster (Westfalia). Los nazis corean contra los agredidos lemas como Cuando la juventud alemana marcha, Cristo revienta, y tachan al clero de banda de mentirosos del hábito negro y cerdos negros. Ese año, el régimen establece normas discriminatorias para los obreros católicos e inicia una campaña de difamación contra la Iglesia, con juicios amañados.
1938: tras la anexión de Austria, los nazis prohíben las organizaciones juveniles católicas y la enseñanza de la religión católica en el país, y, poco más tarde ordenan el cierre de la centenaria Facultad de Teología de Innsbruck.
8 de octubre de 1938: un centenar de nazis asaltan y arrasan el palacio arzobispal de Viena y hieren el arzobispo, Mons. Theodor Innitzer. El palacio es saqueado por los nazis, que roban obras y objetos de arte sacro.
2 de marzo 1939: nuevo Papa, Pío XII. Fue un firme adversario de los nazis y socorre a muchos miles de judíos durante la guerra. Como consecuencia de ello, los nazis le apodan Volljude (judío completo).
Septiembre de 1939: invasión de Polonia. Los nazis cierran los seminarios y detienen a seminaristas, sacerdotes y a algunos obispos. En el Warthegau, una parte del país anexionada a Alemania, hay detenciones masivas de eclesiásticos, tanto polacos como alemanes, que son enviados a cárceles y campos de concentración.
Diciembre de 1940: los nazis comienzan a asaltar los monasterios, apropiándose de sus tierras y de sus bienes.
Febrero de 1942: el doctor Schilling empieza experimentos con seres humanos en el campo de concentración de Dachau. Entre sus 1.200 víctimas en los tres años siguientes, se encuentran sacerdotes católicos.

            El número de católicos perseguidos se muestra en la situación de su clero: sólo en Alemania, de 27.000 sacerdotes, más de 12.000 sufrieron la represión a manos de los nazis: interrogatorios, intimidaciones, amenazas, cárcel y campos de concentración.

Cerca de 3.000 religiosos, diáconos, sacerdotes y obispos católicos fueron a parar al campo de concentración de Dachau. De ellos, 1.780 eran polacos: 868 perecieron allí. En Sachsenhausen fueron recluidos 711 sacerdotes católicos, allí murieron 96 de ellos.

 

DACHAU

            Unos 2.579 sacerdotes, religiosos y seminaristas, fueron encarcelados por los nazis entre 1938 y 1945 en el campo de Dachau. Entre 30 bloques de prisioneros en Dachau, dos o tres eran ocupados permanentemente por eclesiásticos alemanes, austríacos, polacos, checos, holandeses, belgas, franceses, luxemburgueses italianos, etc., de todas las edades y de unas 25 nacionalidades. De ellos murieron en los campos nazis unos 1.034. La mayoría eran polacos y de ellos murieron unos 880. A ellos hay que añadir unos 141 religiosos protestantes y ortodoxos, y dos imanes musulmanes.

El campo de Dachau se encontraba a unos 13 kilómetros de la ciudad de Múnich en Alemania. Este campo fue abierto el 22 de marzo de 1933 con capacidad para 5.000 personas, pero en 1937 fue agrandado para recibir miles de detenidos más. Fue edificado sobre una antigua fábrica de municiones con seis barracas. En este campo, no solo había sacerdotes, también había, además de judíos, homosexuales, gitanos y opositores políticos del nazismo.

Cada grupo de personas era identificado por un triángulo cosido en la ropa. El de color rojo era para los opositores políticos, el verde para los criminales, el rosa para los homosexuales, el negro para los parásitos o antisociales. Los judíos estaban repartidos en varias categorías y eran objeto de las mayores crueldades. Su triángulo era doble y de color amarillo, que diseñaba la estrella de David. En julio de 1938 fueron detenidas 6.700 personas en Dachau. Cuatro meses más tarde llegaron al campo diez mil judíos detenidos durante la Noche de los cristales rotos el 9 y 10 de noviembre de 1938. Muchos de esos judíos aceptaron salir de Alemania bajo la amenaza de ser expoliados o de ser transferidos al campo de Buchenwald.

 

 

 

LOS  AUSTRIACOS

Los primeros sacerdotes fueron llevados en 1938. Eran contingentes de sacerdotes  austriacos y checos. Los polacos fueron llevados a partir del 1 de septiembre de 1939 en que comenzó la segunda guerra mundial y la guerra con Polonia. El 12 de marzo de 1938, con la anexión de Austria, los nazis promulgaron una serie de medidas para limitar la influencia católica en el país, abrogando el concordato y prohibiendo las organizaciones y periódicos católicos. El 7 de octubre de 1938 en la catedral de San Esteban de Viena declaró Monseñor Innitzer: No hay más que un solo Führer: Jesucristo. Junto a él, 6.000 jóvenes católicos participaron en la llamada Revuelta del Rosario, pues ese día se celebraba la fiesta de la Virgen del Rosario.

Al día siguiente el palacio arzobispal de Viena fue saqueado. El padre Johannes María Lenz fue arrestado por haber difundido una carta, contando el pillaje del 8 de octubre. En ella decía que habían sido rotos los vidrios de 60 ventanas. La multitud había entrado al palacio y saqueó todas las habitaciones: el salón, la oficina y las habitaciones privadas. Las mesas y sillones fueron tirados por la ventana y después quemados con vestiduras, manteles y otras muchas cosas. También fue saqueada la capilla privada y todos sus objetos destruidos: la cruz, el altar, los bancos, etc. El cardenal Innitzer vino al día siguiente a celebrar misa, pero su manto, sombrero, su cadena con la cruz y su anillo habían sido robados. Durante el mes siguiente, fueron arrestados 14 sacerdotes.

 

CHECOS  Y  POLACOS

A diferencia de los austríacos, considerados como alemanes por los nazis, los checos no se beneficiaban de este estado, salvo en la región germanizada de los Sudetes. Los sacerdotes checos formaron en Dachau la cuarta nacionalidad más representada. A partir del 1 de septiembre de 1939, de acuerdo a un pacto secreto entre Rusia y el III Reich, Polonia fue dividida en dos. Los soviéticos se apoderaron de la parte oriental y llevaron a prisión a los opositores. Su culmen fue el asesinato sin piedad de 25.000 oficiales del ejército polaco y algunos opositores políticos en los bosques Katyn en territorio soviético. Ambos invasores quisieron hacer desaparecer toda huella de la cultura polaca, su historia y su rica literatura, su arte y, por supuesto, destruir la Iglesia católica y el clero católico, indisolublemente unidos al pueblo polaco.

 

 

CONTRA  LA  IGLESIA

Muchos sacerdotes prisioneros fueron enviados primero al campo de Sachsenhausen, Buchenwald o Mauthausen en Austria. A partir de noviembre de 1940 todos los sacerdotes católicos fueron reunidos en el campo de Dachau que se constituyó en el mayor cementerio de sacerdotes católicos del mundo en los meses siguientes. En diciembre de 1940 llegaron a Dachau cientos de sacerdotes, sobre todo polacos, pero también alemanes y de otros países. Se había firmado un Concordato entre el gobierno de Hitler y la Iglesia católica el 20 de julio de 1933, pero no fue respetado. El 14 de marzo de 1937, se publicó, redactada en alemán, la encíclica Mit brennender Sorge en la que se declaraba el fracaso del Concordato y manifestando que el nuevo régimen era culpable de haber extendido el odio y la difamación, y haber actuado por todos los medios contra Cristo y la Iglesia. También se denunciaba y criticaba la doctrina racista y las medidas de que eran víctimas los católicos.

Goebbels lanzó varias campañas falsas para desacreditar a la Iglesia católica por malversaciones financieras y favorecimiento de pedófilos. Hasta diciembre de 1940 son raros los curas alemanes prisioneros de campos de concentración, pero a partir de ese tiempo unos 447 sacerdotes alemanes forman en Dachau el segundo contingente más numeroso de prisioneros después de los polacos. Cualquier libro prohibido o cartas personales críticas al régimen eran suficientes para ser encarcelado. Alguno, por haber utilizado el saludo Gruss Gott (Salud a Dios) en vez del obligado Heil Hitler fue llevado a prisión. El padre Antón Lenferding fue hecho prisionero por negarse a casar a una mujer divorciada, perteneciente al partido nazi. Los motivos más frecuentes consignados en los documentos de prisión para los sacerdotes encarcelados era conducta dañina para los intereses del Estado, ejercicio ilícito de la cura de almas con extranjeros, rechazo del saludo hitleriano, ser amigo de los judíos, ser enemigo eterno de Alemania o haber protestado contra el matrimonio establecido por el Estado (se prohibía el matrimonio con judíos, gitanos y personas de sangre no aria).

 

EUTANASIA

Algunos sacerdotes protestaron contra el programa de eutanasia de los discapacitados físicos o mentales, programa llamado Aktion T4. En este sentido fueron sorprendentes al menos tres famosos sermones del obispo de Münster Clemens August von Galen. El 3 de agosto de 1941 proclamó: Hay una sospecha general, casi segura, según la cual numerosas muertes de enfermos mentales, no se han producido naturalmente, sino que han sido provocadas intencionalmente de acuerdo a la doctrina según la cual es legítimo destruir una vida sin valor. Es decir, se puede matar a hombres y mujeres inocentes, si se piensa que sus vidas no tienen valor para el pueblo y el Estado. Una doctrina terrible que busca justificar la muerte de personas inocentes y legitima la masacre violenta de personas discapacitadas, que no son capaces de trabajar, incurables o personas ancianas y enfermas.

El obispo von Galen reveló detalles de cómo fueron asesinados 800 enfermos en casas preparadas para ello con la famosa eutanasia. Los tres sermones del obispo causaron mucha conmoción entre la población civil de Alemania y entre los soldados alemanes del frente. Por eso los jefes nazis decidieron suprimir el programa de momento y aplazar el ajuste de cuentas con la Iglesia para después de la victoria

Fue un hecho excepcional en la historia del III Reich que Hitler, ante la oposición de Monseñor Galen, echó atrás el programa Aktion T4 y el obispo no fue arrestado. Goebbels consideró el sermón como el ataque más violento contra el nazismo desde su existencia. No lo atacaron al obispo, pero persiguieron a numerosos sacerdotes y religiosos de su diócesis, que consiguieron reimprimir y difundir el sermón. Cuando algún sacerdote nuevo alemán llegaba a Dachau, solían decir los sacerdotes: He aquí otra víctima del obispo de Münster.

            El programa de eutanasia fue sustituido por un programa clandestino llamado 14F13 para aplicarlo a los enfermos con taras hereditarias con el fin de eliminar a toda persona improductiva e inútil para el Estado. Se planificó la eliminación del 20% de estas personas. El doctor Friedrich Mennecke hizo en Dachau una selección de detenidos considerados inútiles. Este experto visitó la mayor parte de los campos de concentración del Reich para ver a cuántos podía eliminar. En enero de 1942 llevaron al primer grupo de improductivos al castillo de Hartheim cerca de Linz en Austria. Este era uno de los seis centros de eutanasia para el programa Aktion T4. En Dachau los escogidos fueron reunidos en una gran sala de duchas, donde debieron pasar toda una noche, fuera cual fuera la temperatura, y, a la mañana siguiente, fueron llevados en camiones a Hartheim. Llegados allí fueron conducidos a las cámaras de gas con capacidad para 50 personas y asfixiadas sin demora con ayuda del monóxido de carbono o de Zyklon B. Los cuerpos fueron incinerados en crematorios y los camiones regresaron con las ropas de las víctimas.

Dos días después de la visita a Dachau de Himmler fueron seleccionados 50 sacerdotes para el transporte de inválidos. Monseñor Michal Kozal, consciente de que iban a la muerte, los abrazó entre lágrimas y les dio a cada uno su bendición episcopal, y eso se repitió en transportes posteriores. Del 4 de mayo al 12 de agosto de 1942, de un transporte de 724 a Hartheim, más de 300 eran sacerdotes o religiosos. Cuando se hizo juicio a los asesinos después de la guerra, Becher, el kapo sanguinario, fue acusado de amenazar frecuentemente a los sacerdotes de enviarlos en los transportes de inválidos.

 

PRISIONEROS

El padre Bernhard Lichtenberg había declarado en 1938 en la catedral de Berlín después de la Noche de los cristales rotos que la sinagoga que iban a quemar era también la casa de Dios. Fue arrestado el 23 de octubre de 1941 y torturado. Pío XII le envió un mensaje personal y murió el 5 de noviembre de 1943. Desde 1994 fue reconocido como justo ante las naciones por el memorial de Yad Vashem de Jerusalén.

Los sacerdotes holandeses eran 63 y llegaron en 1941. El padre Peter van Genuchten había distribuido copias de una pastoral que condenaba al nazismo. Las autoridades decidieron matar a todos los católicos de raza judía. También fueron deportados a Dachau 46 sacerdotes belgas. En Yugoslavia fueron hechos prisioneros unos 50 religiosos serbio-ortodoxos, y croatas y eslovenos católicos y deportados a Dachau. Los franceses eran 56.

El procedimiento que se seguía al llegar a Dachau era: despojo de todos los efectos personales, incluidos el breviario, rosario y otras cosas religiosas. Después les rasuraban las axilas, cabeza, el pubis, etc. A continuación eran desinfectados con un desinfectante que les dejaba quemaduras en los genitales y en las zonas desinfectadas, de modo que llegaban a doblarse en dos por el dolor. Después recibían una ducha caliente y otra fría. Una vez desinfectados y lavados, algunos pocos recibían un uniforme a rayas, propio para prisioneros. Otros recibían pantalones, camisas y vestimenta de todas las tallas y les colocaban en la espalda una cruz de San Andrés, como una X.

Después recibían unos zuecos, un cuenco y una cuchara. También recibían un número de identificación y un triángulo de tela correspondiente a su categoría. Para casi la totalidad de los sacerdotes, el triángulo era de color rojo, correspondiente a los opositores políticos. Después se los llevaba al bloque donde debían hacer la cuarentena para prevenir cualquier enfermedad que pudieran traer de fuera. Y allí les enseñaban las reglas con las que debían actuar en el campo. Los antiguos prisioneros les enseñaban algunas estratagemas para poder sobrevivir. Por ejemplo, cómo cuidar sus cosas, cómo identificar a compañeros fiables, cómo bajar los ojos cuando les hablaba un guardia o SS, etc.

Por fin eran alojados en los bloques 28 y 30, a los que se añadió en 1941 el bloque 26, donde eran alojados los más ancianos, débiles y enfermos, candidatos para las cámaras de gas.

LA  CAPILLA

La construcción de un lugar de culto para los sacerdotes fue obtenida por negociaciones del Vaticano entre el secretario de Estado de Asuntos extranjeros del Reich y el nuncio apostólico Cesar Orsenigo. La primera misa fue celebrada en esa capilla del bloque 26 el 21 de enero de 1941. Poco a poco consiguieron objetos de culto y ornamentos. El sagrario fue construido clandestinamente en un taller que construía muebles para el personal SS del campo. Los pedazos de hierro blanco cortados de botes de conserva sirvieron para la custodia. La cruz del altar fue tallada en madera gruesa y los candelabros con materiales conseguidos en el mismo campo. Gracias a los regalos de la parroquia de Dachau había de todo. El párroco de Dachau proporcionaba hostias y vino. También fabricaron imágenes de la Virgen, regalada por el obispo auxiliar de Olomouc; de san José y del Corazón de Jesús para embellecer las paredes. Un artista benedictino hizo una cruz tallada de madera muy fina.

La capilla estaba abierta solo para los sacerdotes y religiosos, pero no para los laicos. Los sacerdotes a veces debían negar la entrada a laicos católicos y que se contentaran con mirar desde las ventanas, para evitar represalias por no cumplir las órdenes. Sin embargo, todos los sacerdotes de una manera o de otra, en la medida de sus posibilidades, trataban de confesar a los católicos que se lo pedían y, sobre todo, les daban la comunión. Solo un sacerdote encargado celebraba la misa y los domingos podía celebrar para todos el obispo Michal Kozal y, aunque en ese tiempo no había misas concelebradas, todos los sacerdotes presentes tenían en sus manos las hostias que serían consagradas y solían reservarse algunos pedacitos para dar la comunión a los fieles laicos. La duración de la misa no podía pasar de 30 minutos y, por eso, en algunas ocasiones entraban los SS, que odiaban a los católicos, y la interrumpían por no haberla terminado a su tiempo.

Lo grande y hermoso era ver a muchos sacerdotes que se pasaban tiempos libres adorando a Jesús Eucaristía, pues de Jesús presente en el sagrario sacaban fuerzas espirituales para seguir adelante y rechazar las tentaciones de suicidio o de abandono, que psicológicamente les venían a algunos por debilitamiento físico, depresión, por hambre o enfermedad. Sin embargo, el deseo de celebrar personalmente la misa, aunque estaba prohibido, hacía que muchos sacerdotes la celebraran en algún rincón durante la noche o donde podían, celebrando la misa de memoria. Algunos sacerdotes la celebraban en pleno campo de plantación, haciendo que trabajaban, arrodillados en el suelo delante de un paño y con un vaso y poco más para evitar sospechas. Ese era el momento más grande del día, no solo por poder disponer de hostias para dar a los católicos la comunión, sino también por vivir la misa y unirse a Cristo Eucaristía, ofreciéndole su vida. Algunos sacerdotes antes de morir decían que ofrecían su vida por sus parroquianos o por la Iglesia o por alguna intención particular.

Cuando en septiembre de 1941, después de ocho meses, se prohibió el acceso a la capilla para acabar con todos los privilegios de los sacerdotes, solo se les permitió su acceso a los sacerdotes alemanes. No obstante, los demás sacerdotes consiguieron, exponiendo su vida, celebrar la misa (incluso algunas veces con mayoría de católicos), pudiendo así darles la comunión a los presentes; y llevarla a los ausentes.

Refiere el padre Bernard Jean: Cuando celebró el obispo Michal Kozal sus bodas de plata de ordenación episcopal, recibió autorización para celebrar la misa. Algunos nos pusimos a confeccionar la custodia con un palo de escoba, unas cuantas latas, cuyo interior pareció de bronce y varias tablillas de madera que usamos para montar, a modo de pie, una base rectangular con varios niveles en cuyo centro metimos el palo de escoba. El fondo de la lata se convirtió en un viril después de recortar los bordes artísticamente para formar los rayos de sol. Estuvimos dos semanas trabajando y empleamos las únicas herramientas de martillo, pinzas y un cuchillo, pero lo conseguimos y estamos seguros de que al Señor le gustó para entronizarse en ella tanto como en cualquiera de las costosas custodias de oro que tienen nuestras iglesias .

            De hecho se organizó una red clandestina para dar la comunión a todos los católicos que lo deseaban y confesarlos. Algunos sacerdotes se arriesgaban a celebrar misa en los barracones de mayoría de católicos.

El padre Alexandre Morelli cuenta que celebró en la medianoche de Navidad de 1944 una misa clandestina. En caso de ser sorprendido, todo estaba dispuesto para que se hiciera desaparecer el vaso de vino y las hostias. A veces se oían pasos de los guardias y todos detenían el aliento, pero todo pasó sin problemas. En la tarea de distribuir la comunión, los sacerdotes se servían de laicos de confianza. El padre Cominck habla de que eran Tarsicios modernos, al igual que el niño Tarsicio, que fue capaz de dejarse matar antes que entregar a otros niños lo que llevaba en el pecho, que eran hostias para los enfermos o encarcelados. Incluso militantes comunistas ateos, ayudaban a llevar la comunión a los moribundos católicos. La actividad de la red eucarística tuvo algunas manifestaciones extraordinarias de Dios. Bernard Py, un laico francés deportado de 19 años, recibió un pedacito de hostia consagrada, la puso en un pedazo de papel doblado para comulgar más tarde. Cuando ese día estaba en un momento triste por algunas circunstancias, tuvo una sensación particular venida del interior, una sensación de ternura que provenía del lugar donde tenía la hostia y que invadió toda su persona de gran paz. El consuelo que daba la presencia de Jesús en la Eucaristía a sacerdotes y laicos es algo que es confirmado por todos los católicos sin excepción.

Los sacerdotes no solo repartían la comunión y confesaban, también administraban el sacramento de la unción de los enfermos a los que estaban para morir. Cuando iban a partir los seleccionados para el transporte de los inválidos, destinados a la muerte, a los católicos les daban la comunión o los confesaban, si lo deseaban. En una ocasión uno de los sacerdotes administró el bautismo a un preso judío convertido. Y cuando llevaban a alguien muy grave a la enfermería, aprovechaban para darle la extremaunción. El padre Münch afirma que, cuando se iban a llevar al padre Zilliken a la enfermería, se reunieron en la capilla y le administraron la unción de los enfermos. El padre Zilliken estaba muy sereno y recibió el sacramento con total lucidez y conciencia y los abrazó a todos. Murió a los pocos días .

 

KARL  LEISNER

A Karl Leisner, Dios sólo le concedió ser sacerdote para celebrar una sola santa misa, había sido ordenado diácono el 25 de marzo de 1939 y, en pocos meses, debía recibir el sacerdocio; pero una repentina tuberculosis le obligó a permanecer en St. Blasien, en la Selva Negra alemana. Allí fue detenido el 8 de noviembre de 1939 por la temible Gestapo, a causa de un comentario hecho en relación a Hitler. Lo internaron en la cárcel de Friburgo, después lo llevaron al campo de concentración de Sachsenhausen y en 1940 al de Dachau. La mala alimentación y los trabajos forzados hicieron avanzar su enfermedad y tuvo que ser internado en la enfermería. Allí se aferró al amor de María y a Jesús Eucaristía, que llevaba siempre consigo, lo escondía debajo de su almohada y lo repartía en comunión a los moribundos.

Para la ordenación sacerdotal escribieron al cardenal von Faulhaber de Múnich para que diera permiso para realizar la ordenación dentro de su jurisdicción. También se pidió permiso al obispo Von Galen, ya que Leisner pertenecía a su diócesis. Todo los permisos llegaron bien por medio de Madi, Josefa María Imma Mack, la joven postulante que vivía en Múnich en su convento e iba frecuentemente al campo de Dachau a comprar legumbres y azaleas, aprovechando para llevar cartas, víveres y otras cosas útiles para los presos, arriesgando su vida. En diciembre de 2004 ella fue condecorada con la Orden de la legión de honor francesa y el 2005 con la Cruz alemana al mérito.

            La ceremonia de ordenación, realizada en la capilla del bloque 26, se realizó con toda discreción y prudencia, colocando algunos como vigilantes para dar la voz de alarma ante la presencia de los guardias. Se realizó en latín el 17 de diciembre de 1944. Karl estaba agotado, con fiebre por la tuberculosis. Monseñor Gabriel Piguet realizó la ceremonia con toda solemnidad con una sotana violeta y una muceta confeccionadas con telas que los alemanes habían sacado del gueto de Varsovia. La mitra fue hecha por un sacerdote británico de Dachau, el padre Albert Durand. Karl tenía un alba y una estola con tela de rayas.

            Un comunista ruso fabricó a mano el anillo del obispo. El báculo pastoral fue tallado por un monje benedictino. En la empuñadura del báculo se escribieron las palabras triunfante en Cadenas. Incluso algunos sacerdotes fabricaron la casulla. A su alrededor había 300 sacerdotes y religiosos, incluidos algunos pastores protestantes. En las afueras había un violinista judío tocando, para distraer la atención de visitadores inoportunos.

La emoción y el fervor se sentía en el ambiente. Monseñor Piguet afirmó que le parecía estar en su catedral o en la capilla de su gran seminario. No faltó nada para la grandeza y solemnidad de la ceremonia, única en los anales de la historia. Un vaso hizo de cáliz. Una tapa de un bote de pastillas hizo de patena, un pañuelo de corporal. Para señalar las hostias consagradas, ponían, como en tiempos de las catacumbas de los primeros siglos, la palabra ichthus, que significa pez en griego y que son las iniciales de Jesucristo hijo de Dios Salvador.

El día 26, Karl pudo celebrar su primera y última misa, porque estaba muy grave. El 4 de mayo fue puesto en libertad, pero estaba tan mal que tuvo que ser inmediatamente internado en un sanatorio antituberculoso en Planegg, cerca de Múnich. Falleció el 12 de agosto de 1945. Sus restos mortales reposan en la cripta de la catedral de Xanten. El Papa Juan Pablo II lo beatificó el 23 de junio de 1996 y lo declaró modelo de la juventud europea el 8-X-1988.

En su beatificación estuvo presente la ya ancianita religiosa Imma Mack, quien 52 años antes arriesgó su vida para conseguir los documentos necesarios para la ordenación de Karl Leisner. Las últimas palabras que Karl escribió en su Diario fueron: No los castigues por sus pecados.

 

 

 

LOS  TRABAJOS

            Desde fines de 1940 los sacerdotes fueron encargados de transportar a los bloques de prisioneros los calderos de sopa y el carbón para las estufas. El padre Maurus Münch recuerda: Era una tortura para sus cuerpos extenuados por la debilidad y por la poca y mala comida llevar entre dos los calderos de 75 kilos por 400 metros a paso ligero, tanto en el frío del invierno como en el gran calor del verano. A veces, perdíamos los zuecos y corríamos con un solo zueco o con los pies desnudos, ya que por detrás nos arreaban los kapos (guardianes prisioneros) y los SS. Nosotros cerrábamos los dientes en silencio y rezábamos a Dios.

Además de llevar los calderos de sopa y el carbón para las estufas, les encargaron quitar la nieve de los caminos en invierno con instrumentos inadecuados, con ropas ligeras y con zuecos inapropiados. El sábado 1 de febrero de 1941 el kapo, un hombre sádico y violento, al darse cuenta de que algún sacerdote se había escondido en tiempo de trabajo, reunió a unos 40 sacerdotes y los dejó en la nieve y les hizo marchar a paso de oca. Tres de los sacerdotes que habían huido del trabajo fueron castigados a una hora de estar suspendidos por las muñecas atadas por la espalda. Este suplicio llevaba a las víctimas a la desarticulación y exigía semanas de convalecencia, cuando no era fatal.

En febrero de 1941 la situación mejoró dado que la diplomacia vaticana había conseguido de las autoridades nazis algunas mejoras como descanso de una hora antes del desayuno y una hora después de la comida del mediodía. Estas medidas hicieron que muchos otros prisioneros hablaran mal de ellos por celos y envidias, de modo que algunos sacerdotes prefirieron anotarse a comandos de trabajo externo. Los enviaron a los campos cercanos del campo de prisioneros para las plantaciones que debían hacerse y así podían recibir, como los demás, una ración extra por su trabajo físico. Pero ese régimen de favor se acabó en septiembre de ese año. Solo había durado 7 meses, aunque para los sacerdotes alemanes continuó por más tiempo.

El 23 de octubre de 1941 unos cien sacerdotes fueron enviados a trabajar a una oficina donde un oficial  SS seleccionó a 36 para hacer dos comandos de trabajo, encargados de vaciar los vagones que llegaban. Para ello los encargados debían levantarse a las cuatro de la mañana y descargar los vagones llenos de patatas. Después de llenar sacos con las patatas, debían llevarlos a las cocinas del campo. Como eran novicios en esta tarea, a veces se equivocaban y recibían latigazos o patadas. A las pocas semanas, con el frío del invierno, debieron estar atentos para que no se les helaran la nariz y las orejas. También debían ir a la fábrica Präzifix para recoger las virutas de hierro, echar carbón en el fuego de la chimenea y también despachar los paquetes que llegaban.

El otoño de 1941 fue uno de los períodos más duros para los sacerdotes de Dachau y especialmente para los alemanes. Tuvieron que vivir hacinados con la llegada de nuevos sacerdotes deportados. El 30 de octubre llegaron 500 sacerdotes polacos. Muchos tuvieron que dormir en jergones o en el suelo. Por orden de Himmler, el jefe de las SS, se debía reducir la mortalidad y utilizar más la mano de obra. Muchos sacerdotes, que tenían poco trabajo, fueron al campo exterior, fuera de las alambradas, para hacer plantaciones y cultivar legumbres y flores, que después vendían dentro del campo a gente que venía de fuera o a los mismos SS. En esos trabajos los kapos eran duros y no permitían descansar a riesgo de ser golpeados. Un sacerdote bávaro trabajó para conseguir nuevas especies de patatas. Sus investigaciones consiguieron crear cuatro nuevos frutos bautizados como KZ-1, KZ-2, KZ-3, KZ-4. Hasta ahora la KZ-3 se sigue cultivando.

El nivel de cultura elevado de los sacerdotes hizo que a muchos de ellos los colocaran en oficinas,  donde hacían falta personas competentes en distintas lenguas como en la oficina postal. Al padre Joahnn Schmitt le encargaron hacer una estadística sobre la criminalidad hereditaria en ciertas familias.

A partir de 1944 los aliados avanzaban hacia Alemania y el rigor del trabajo era menor, pero no podían descuidarse. Además todo contacto con civiles alemanes estaba prohibido y los castigos eran muy severos. Si les permitían escribir a su familia, debía ser en alemán y con información positiva sin criticar nada en absoluto sobre su vida en el campo. Algunos procuraban tener comunicaciones clandestinas, pero con riesgo de ser pillados y sometidos a graves penas.

Entre los sacerdotes estaba el obispo Michal Kozal. Un día llevaba con otro una caldera de comida y le fallaron las fuerzas y se cayó, derramando parte de la comida. El Kapo (vigilante que nos controlaba y tenía autoridad sobre la vida y la muerte de cada uno) le golpeó con fuerza en el oído y en otras partes del cuerpo y él comenzó a cojear, se le declaró una otitis y al poco tiempo murió. Fue beatificado por el Papa.

 

DISTRACCIONES

En el campo de concentración había una biblioteca con muchos libros ensalzando el nacionalsocialismo de los nazis, pero también había obras de literatura universal y algunos sacerdotes se aprovecharon de esa oportunidad, así como para aprender lenguas con sus compañeros de otros países. Algunos que eran músicos formaron coros para intervenir en algunas fiestas ante los jefes nazis. En Navidad pudieron cantar incluso algunos villancicos y, como en alguna otra ocasión, representar alguna obra teatral.

En los tiempos libres estaba prohibido el juego de cartas, pero el seminarista de 18 años Pierre Metzger les hacía reír con trucos de prestidigitación. En 1943 permitieron a los presos del campo algunas actividades deportivas, sobre todo el fútbol, al que se anotaron también algunos sacerdotes, así como al atletismo, ping-pong y otros. En 1943 también permitieron algunas proyecciones cinematográficas, aunque siempre sobre su ideología nazi Cuando explotaron las epidemias de tifus, desaparecieron todas las distracciones.

 

EL  HAMBRE

A partir de septiembre de 1941, en que se acabaron los privilegios para los sacerdotes, no podían comprar alimentos en la cantina, porque eran productos de mala calidad y, sobre todo, porque estaban a precios prohibitivos. Solo los que trabajaban fuera del campo duramente tenían una ración extra de comida, los demás debían contentarse con la sopa y poco más; y su desnutrición iba en aumento cada día. Casi todos pesaban por debajo de 50 kilos. A tanto se llegó que los que trabajaban en las plantaciones fuera del campo trataban de comer cualquier hoja nutritiva que encontraban sin que los vieran: pedazos de remolacha o peladuras de patatas de la basura y también “dientes de león” o algo de lo que les echan a los conejos. Buscaban gusanos y limacos y otras cosas, pero varios fueron pillados y recibieron muchos golpes.

Para atenuar la sensación de hambre se acudió a cualquier cosa como a la crema Couteline, que compraban en la cantina, pero no para colocarla para curar la piel, sino para comerla por la grasa que tenía. Un día un guardia se compadeció de un sacerdote y le dio el cuenco de comida que llevaba para su perro. El sufrimiento que producía el hambre llevaba a muchos prisioneros a sufrir calambres y depresión psicológica. Por las noches en el dormitorio no era raro que algunos lloraran de hambre con un pañuelo en la boca para ahogar el ruido. Los alimentos eran una obsesión, con el hambre desaparece la memoria y la vida intelectual y uno se vuelve grosero y surgen peleas, sobre todo cuando se roban unos a otros alimentos o cosas propias.

En octubre de 1942 los sacerdotes  recibieron autorización para recibir paquetes de sus familias y parroquianos. Les llegaban sardinas, paté, azúcar, leche condensada, pan, frutos secos y conservas diversas. No todos recibían paquetes, pero los compartían con sus compañeros de infortunio y muchos de ellos podían así salvarse de una muerte segura. Los italianos se beneficiaban, porque ninguno de ellos recibía paquetes.

La muerte de 1.034 sacerdotes y religiosos en Dachau fue sobre todo de hambre, de frío, de agotamiento, de castigos y golpes o de abatimiento psicológico. Los kapos, según testigos, eran peores que los SS, pues muchos de ellos eran criminales y muy violentos. El kapo Rogler vio al padre Maciej Poprawa agotado por el esfuerzo hecho en las plantaciones, llevando cargas pesadas y le pegó en el rostro y en el pecho con tal brutalidad que al día siguiente estaba moribundo. Se quedó en la cama y murió el 13 de agosto de 1942. El padre Boleslaw Cyriak de 52 años recibió un golpe tan violento del kapo que no solo lo tiró al suelo, sino que le vino una enfermedad a nivel del corazón y murió el 12 de julio, cinco días después de haber llegado a Dachau. Alguno murió de paro cardíaco, debido al gran esfuerzo realizado en el trabajo y a su debilitamiento físico por la poca comida. En los últimos meses de la guerra, con las epidemias, los crematorios no podían con todos y dejaron montones de cadáveres desnudos sin enterrar ni cremar, lo que pudieron llegar a ver los soldados americanos el día de la liberación y ordenaron a los habitantes del lugar que fueran a ver lo que había sucedido, pues muchos de ellos no sabían ciertamente lo que pasaba y cuánta brutalidad habían desempeñado sus conciudadanos alemanes.

 

ENFERMO  DE  TIFUS

            Afirma el obispo Kazimierz Majdanski, que entonces era seminarista: Estaba enfermo y me llevan a la enfermería. Eran los últimos meses de la guerra. Los enfermeros me dicen que me ponga de pie; no puedo. Han de pesarme y hacerme un reconocimiento. Me ponen un termómetro, me pesan, me miden, controlan el pulso y, después, escriben algo y trazan unas gráficas en un tarjetón. Lo miro y recuerdo haber oído que cuando las líneas correspondientes a la temperatura y el pulso se acortan, la cosa va mal. Eso es lo que ocurre conmigo. Un poco después, suenan las sirenas que anuncian un ataque aéreo, cosa que en los últimos tiempos ocurre con bastante frecuencia. Se hace una oscuridad total: un enfermero me conduce a un local, más amplio y silencioso que el anterior, y me ayuda a meterme en una litera, al final de una hilera de camas.

Tengo frío. El camastro casi no tiene paja; hay un poco dentro del cabezal, que trato de colocar bajo mi pierna enferma. Intento protegerme del frío con los brazos. Sobre el fondo de silencio escucho estertores y gemidos. La sala es, efectivamente, muy amplia: en ella hay mucha gente y un gran silencio. ¿Qué ocurre? Procuro despreocuparme y, por fin, me duermo. Cuando me despierto, ya entra luz en la estancia. Pero el silencio sigue siendo la nota predominante del lugar. Se ve claramente un amplio espacio, todo ocupado: aquí están las literas; allí sólo lechos individuales, que contemplo desde lo alto de mi camastro. Y, en conjunto, inmovilidad absoluta, como si el mundo se hubiese cerrado. Me mantengo bastante tranquilo.

Un enfermero pasea por la sala con paso lento. ¿Qué ayuda podría prestar? Pero está aquí, presente. Es alguien vestido de blanco. Y de repente comprendo: es la Madre. Está aquí, en medio de la gran miseria de sus hijos. ¿Cómo podría abandonarlos? Está aquí verdaderamente, cercana a nosotros. Toda blanca...

¿Quién es mi vecino de lecho? No tiene aspecto de europeo; lleva una barba tupida y yace como sin sentido. No parece que sea posible hablar con nadie; pero tampoco tengo ganas de hacerlo. Prosigue la quietud en medio de este misterio de muerte. En medio del silencio, que es muerte; o más bien la muerte es silencio. Reina el silencio, ciertamente, pero la esperanza permanece.

Llegan dos médicos de las SS. No dicen nada. Caminan por la estancia y miran a su alrededor. Ahora no dan órdenes a voz en grito, como ocurría antes. Cuando salgan, nadie dirá: “¡Achtung!” y nadie se colocará en posición de firmes, contrariamente a lo que se hacía en la enfermería, incluso en la sección de experimentos. En estos médicos se advierte un cierto aire de bondad. Cuando me dicen que baje del camastro y trate de caminar, no siento temor alguno; por el contrario, experimento un sentimiento como de diversión. ¿Por qué? Quizá por mi propia torpeza, o por el hecho de que en el campo alguien me mire sin rencor, o incluso me trate con una benevolencia inesperada. Sí, seguramente todo esto es lo que me hace gracia.

Me trasladan a otro barracón. Aquí me reconocen de nuevo. ¿Presento, o no, las clásicas manchas del tifus? Pierdo el conocimiento. Otra vez me trasladan: no sé cuántas veces lo han hecho. De nuevo estoy en una litera. Hay algo más de luz en este recinto, pero, como los demás, está repleto de enfermos. El Rev. Steinkelderer me lleva la sagrada hostia. Pero ¿cómo comulgar si mi garganta está seca como un desierto? Un poco de líquido me ayuda.

Poco después ocurre un episodio inesperado, propiciado por la afectuosa solicitud de algunos amigos. ¿Cómo han podido llevarme a escondidas un jugo de frutas dentro de un pequeño recipiente? ¡Es un tesoro! Lo guardo y me duermo, soñando con él. Apenas me despierto, alargo la mano para cogerlo. Tremenda desilusión: el recipiente está vacío.

Mucho tiempo después, un amigo alemán me contará lo sucedido: “Vi que el extranjero que estaba junto a ti se bebió todo el líquido cuando se cercioró de que estabas dormido. Creí que se le podía disculpar, porque no parecía que fueses a sobrevivir”.

La penúltima estación de los enfermos de tifus es, otra vez, una gran sala. Aquí sólo hay camas unipersonales y los enfermos yacen desnudos bajo la colcha para no complicar luego su transporte al horno crematorio. Es, pues, una especie de sala de espera en la que debe resolverse la gran cuestión: vida o muerte.

Último traslado: el barracón de los convalecientes. Junto a mí hay un español, que lleva un pulso muy rápido; es probable que no sobreviva. También el ritmo de mi corazón es irregular y a veces agitado. Por eso, cuando el doctor Fijalkowski, responsable del barracón, me dice “Vas a ir al bloque”, reacciono con estupor: “Pero, doctor, mi corazón se altera con el más mínimo esfuerzo”. “No vas a tener problemas con el corazón durante treinta años”, me tranquiliza.

En este período me visita el Rev. Henryk Kornacki y, después de haberme preparado con delicadeza, me comunica la muerte de un gran amigo, Jurek Musial, novicio jesuita. Más tarde, otro amigo común, el jesuita Tadeusz Pelczar, me contará que le despidió con estas palabras: “Jureczku, ¡hasta la eternidad!”. Quizá ya entonces Jurek no oía nada. O tal vez oía ya mucho mejor.

Murieron muchos, muchísimos. Entre ellos, un holandés, Van Ruys, que había sido deportado a Dachau en el curso de la acción “Nacht und Nebel” (Noche y niebla), porque había ayudado a los paracaidistas aliados. Era un magnífico pintor de retratos; me había invitado a descansar, cuando terminase la guerra, en su villa de la Riviera francesa.

El horno crematorio resulta ahora insuficiente: los cadáveres se amontonan en enormes pilas. Los aliados lo filmaron cuando llegaron al campo, horrorizados ante aquella espantosa tragedia. Ninguno de aquellos muertos se levantará para narrarla.

Los inviernos de Dachau fueron tiempos de indecible tormento en aquel infierno, pero también de grandeza: el tiempo del sufrimiento heroico y también del heroísmo en el servicio, tan valioso a veces como el propio sacrificio de la vida. Fueron muchos los actos heroicos y los modos en los que el heroísmo se puso de manifiesto. ¿Cómo narrarlos todos? Y, sin embargo, no es esto lo más importante: después de todo, los nombres de sus autores “están escritos en los cielos” (Cfr. Lc 10, 20) en virtud de sus actos. Realmente, “nadie tiene amor mayor que el que da la vida por sus amigos”

¡Cuántos justos hubo allí! ¡Que resplandezcan como estrellas en el firmamento y que el cielo, por su intercesión, se incline hacia la tierra, para que no vuelva a ser devastada de un modo tan horrendo por los hombres obsesionados por el odio! .

ENFERMO

            Nos dice el padre Jean Bernard: Yo estaba enfermo. El líquido acumulado en mi cuerpo se iba extendiendo poco a poco a las piernas. En mi cara y en mis manos comenzaban a aparecer los primeros edemas. Supe que se acercaba mi hora. El auxiliar de enfermería me dice: Eres un saco de agua. Yo cada vez me sentía más débil y mis piernas, tan llenas de líquido como el resto de mi cuerpo, me impedían permanecer mucho rato de pie. Perdí el contacto con la realidad. En mi mente existíanpensamientos, pero mi razón carecía de conceptos y tenía la sensación de que no controlaba mis actos externos. Era incapaz de asignar una definición verbal a ninguna cosa. Al principio pensaba que estaba muerto y había llegado a la eternidad. Luego me asaltaba la idea de haber perdido la cabeza y me decía: Me he vuelto loco. Todo ha terminado.

Al día siguiente me presenté para el vendaje y no quedaba ni un solo sacerdote en la enfermería. La nueva normativa dictada por las autoridades del campo ordenaba que los curas dejaran de recibir tratamiento médico. Pocos días después, los auxiliares fueron autorizados a vendar las úlceras y a desentenderse de todo lo demás. Pregunto si hay tratamiento para la retención de agua y me dicen que hay unas inyecciones de mercurio, pero que ese barracón no las tiene. Y no puedo decirle nada al auxiliar, porque nos han prohibido hablar con ellos.

Debo de haber estado inconsciente algunas horas, porque cuando recobro el conocimiento ya es de noche. Me colocan una inyección y me duerno. Debo de haber perdido entre 14 ó 15 litros. Comprendo que me he salvado .

 

ENFERMEDADES

Entre las enfermedades que se expandieron por el campo estaban la tuberculosis, la disentería, y el tifus principalmente. El tifus abdominal, llamado fiebre tifoidea, ocasiona violentos dolores de cabeza, mucha fiebre, diarreas, hemorragias digestivas y otros síntomas. El padre Adauctus Krebs, superior general de los hermanos del Santísimo Sacramento, murió  de disentería el 7 de mayo de 1942.

El comandante general del campo pidió a los sacerdotes atender a los enfermos y estar así eximidos del trabajo fuera del campo. La epidemia de tifus de 1943 se llevó consigo entre 100 y 250 enfermos. A partir de diciembre de 1944 se presentó la epidemia de tifus exantemático. A pesar de las medidas tomadas como rasurar y desinfectar, los parásitos, que parecen haber sido importados por los convoys de judíos húngaros, contaminaron a los demás prisioneros. La falta de higiene y la mucha gente encerrada en poco espacio favoreció la propagación. Había que luchar contra las ganas de rascarse, pues la contaminación podía deberse al contacto con los excrementos o la sangre de los contagiados. El padre Robert Beauvais se daba vueltas desnudo en la nieve para atenuar la picazón. Los enfermos sufrían escalofríos, mucha fiebre y las manchas características que aparecían en el cuerpo.

El problema era también que, los enfermos que estaban en cama, no recibían ningún cuidado médico por falta de medicinas y de personal competente. En esta época se morían cada día unos cien prisioneros. El prisionero Edmond Michelet tuvo la suerte de ser ayudado por tres sacerdotes católicos, y recibió dos transfusiones de sangre. Muchos sacerdotes acordaron suplir a los kapos que no entraban en los bloques por temor al contagio y tampoco los enfermeros. El padre Auguste Daguzan escogió a muchos de los sacerdotes entre los voluntarios no alemanes para asistir a los enfermos y agonizantes de los bloques en cuarentena. Esto fue un acto de valentía de muchos sacerdotes, pues una vez que entraban en el lugar de los enfermos no podían salir sino después de la cuarentena, ya que cerraban el bloque de los enfermos. Y allí vivían para ayudar a los agonizantes a morir como personas.

Doce sacerdotes polacos, dos franceses, dos checos, un austríaco, un belga y algunos alemanes tomaron la función de kapos para atender a todos. La primera tarea era sacar a los muertos de sus camas para después limpiar todo pues había muchos excrementos, ya que la mayoría de enfermos no podían ni siquiera ir a las letrinas. Los sacerdotes también se preocupaban de la cuestión espiritual a los que lo deseaban, especialmente a los católicos. También hubo algunos médicos laicos prisioneros que se unieron a ellos para atender a los enfermos.

Durante las epidemias, algunos sacerdotes incluso dieron sangre para los enfermos y sobre todo oraban con los católicos y les daban la comunión y los confesaban, dando así un gran consuelo a los enfermos y especialmente a los agonizantes.

De hecho, todos los voluntarios se contaminaron de tifus y varios de ellos murieron. Entre los voluntarios alemanes destacaron dos: el padre Richard Henkes estuvo encerrado con los enfermos ocho semanas hasta que murió. El padre Engelmar Unzeitig murió de tifus el 2 de marzo de 1945 después de haber estado en prisión durante 4 años. Dejó un recuerdo profundo entre los enfermos y lo llamaron el ángel de Dachau.

 

HUMILLACIONES

            No olvidemos que los sacerdotes tuvieron que sufrir mucho por el anticristianismo de guardias, kapos, SS e incluso de algunos de los compañeros laicos de prisión. Cuando llevaban los calderos de comida, algunos los abucheaban con odio, a veces los llamaban brujos del cielo, payasos del cielo y otras cosas peores. Algo que les gustaba a los guardias y kapos era ofenderlos en el pudor y dejarlos desnudos y tener con ellos comportamientos groseros. Una de las cosas más penosas que debían soportar era el ver algunas jóvenes rusas que se prostituían por un poco de pan o por cigarrillos. Recordemos que por orden de Himmler se establecieron burdeles en todos los campos de concentración. Uno de los kapos más brutos era Zier, que procedía a inspecciones minuciosas de los genitales de los sacerdotes después de la sesión de rasurarlos y les hacía ir a vaciar los cubos de excrementos con baldes sin asa.

Otros, para ofender a los sacerdotes blasfemaban sobre la virginidad de María o sobre el sacerdocio. A veces les gritaban: ¿Cuántas mujeres han violado? Un día de 1941 alguien robó un pedazo de pan de una barraca. Era un delito grave. El kapo Karl Kapp condenó a todos los sacerdotes del bloque a repetir el mandamiento: No robarás, antes de mandarles hacer ejercicios de gimnasia de castigo. A algunos les incitaban a dejar los hábitos a cambio de liberarlos, pero entre todos solo uno aceptó la propuesta y dejó el campo entre 1941 ó 1942 antes de casarse.

Para uno de nuestros seminaristas sus padres consiguieron que le concedieran la libertad. Los nazis pusieron como condición que abandonara la idea de ser sacerdote, pero el joven seminarista dijo rotundamente No. Más tarde murió en Dachau por su fidelidad a su vocación sacerdotal. Otro compañero, Stanislaw Grzesitowski, también renunció a ser libre antes que renunciar a su vocación.

 Al padre Fritz Seitz, un SS le quitó el rosario y le dio un golpe en el cráneo con mucha brutalidad y le hizo dar vueltas por el campo diciendo: He aquí el primer cerdo que acaba de llegar. Otro SS presentó una foto del Papa Pío XII y la rompió ante los sacerdotes, exclamando: El jefe romano de los curas vendrá a Dachau después de la guerra y eso será el fin de la estafa católica. Un Viernes Santo, día en que los católicos celebran la muerte de Cristo, un SS avisó a un grupo de sacerdotes enfermos que se quedaran en el bloque mientras sus compañeros salían a trabajar y les mandó subir sobre unos armarios. Estando en esos lugares, les hizo entonar cantos de su gusto.

Uno de los sacerdotes declaró: Yo nunca he visto antes de Dachau unos ojos llenos de odio, ojos llenos de maldad a la vista de un sacerdote. Golpear, herir, matar a un cura parecía en algunos una necesidad instintiva, dice el padre De Coninck. Un sacerdote checo tenía costumbre de rezar mentalmente oraciones de exorcismo en esos momentos, cuando un guardia penetraba en las barracas con mala intención. Los puñetazos y patadas caían al menor pretexto y, aun sin motivos, dados por los SS y, sobre todo, por los kapos. En Semana Santa de 1942 decidieron dar un castigo colectivo, a excepción de los sacerdotes alemanes, por haber encontrado 720 dólares entre los efectos personales del padre Stanislaw Wierzbowski el 28 de marzo de ese año 1942.

Fueron reunidos todos los religiosos de los bloques 28 y 30. Todos sus efectos personales fueron removidos, mientras les hicieron un registro rectal humillante. Solo encontraron algunas patatas y alguna remolacha. La represión fue severa. Deshacían las camas dos veces al día y debían rehacerlas cada vez. Se les prohibió comprar algo en la cantina y les mandaron hacer ejercicios de gimnasia sin interrupción durante el día después del desayuno, que solo consistía en un poco de té de mal gusto. Ocho sacerdotes sucumbieron. Algunos SS manifestaron compasión desaprobando a los kapos de triángulo verde, es decir, antiguos criminales, que habían mandado hacer los ejercicios gimnásticos para aprovechar y robar sus efectos personales. El padre Wierzbowski murió a los pocos días.

Al padre Siegfried Würl, durante el tiempo de pasar lista, le ordenaron meter su rostro en un charco de agua helada. Era pleno invierno y tuvo que permanecer unos 20 minutos con la cara en el agua helada y apenas pudiendo respirar bajo las botas del guardián. Al cabo de algunos días tenía las narices en camino de putrefacción. Un SS ordenó al padre Andreas Rieser a hacer una corona con hilos de hierro como púas y a colocársela en la cabeza. Dos detenidos judíos debieron danzar alrededor de él y darle golpes, creando una parodia de la Pasión de Jesús. Coronado con la corona de púas, le mandó después dar vueltas por el campo con una carretilla pesada. Dos sacerdotes polacos fueron suspendidos el 9 de enero de 1942 de una barra por haber dicho: Que Dios te perdone y hacer la señal de la cruz. El padre Grelewski gritó: Amen al Señor y fue ejecutado por ello.

¡Cómo irritaba a los guardianes la plegaria en voz baja! ¡Qué furor suscitaba el rosario! Písalo, gritaban. Y si no se hacía, golpeaban sin compasión. A un seminarista capuchino lo colgaron del palo, un castigo atroz durante el cual el prisionero permanecía encadenado por las muñecas a una madera con las manos hacia dentro.

 

CASTIGOS

Uno de los días castigaron a 60 sacerdotes a una hora de árbol: Este es un castigo muy duro. Al preso le atan las manos detrás de la espalda, con las palmas hacia fuera y los dedos para atrás. Luego le tuercen las manos hacia dentro, le ponen una cadena en las muñecas y tiran de ella hacia arriba. Su propio peso le retuerce las articulaciones y se las destroza. Varios de los sacerdotes no se recuperaron nunca y acabaron muriendo. Si no tienes un corazón fuerte, no sobrevives. Muchos quedaron lisiados de las manos para siempre .

Un día llegó un transporte con 600 sacerdotes polacos. A mediodía fuimos a recoger los cubos de comida y los vimos de pie en el patio común. Algunos aún conservaban su ropa; otros, vestidos ya con el uniforme de presos, temblaban de frío. Cuando nos reunimos para el recuento nocturno, ahí seguían ellos, les habían dado únicamente el uniforme de verano, sin gorras ni abrigos. Desesperados, se frotaban las cabezas recién afeitadas. Una docena o más se habían desmayado. Eran todos mayores, pues formaban parte del clero de una diócesis, cuyos sacerdotes más jóvenes habían sido arrestados tiempo atrás. Uno de los ocupantes de nuestro barracón reconoció entre ellos a su párroco y estalló en sollozos. Los alojaron en el barracón 28. Transcurridas seis semanas había fallecido un tercio de ellos .

Un día, yo estaba comiendo y se me cayó un poco de sopa en el suelo. Inmediatamente, la bestia (el kapo) me arrancó mi lata de las manos y devolvió al cubo todo su contenido. Al acabar de comer, envió un cubo lleno de esa sopa a sus compañeros. Wampach y yo nos echamos a llorar como niños .

Otro día estábamos recogiendo nieve en carretillas. Me caigo al suelo y viene un SS corriendo y me ordena regresar a la carrera con la carretilla llena, mientras él me acompaña todo el camino, golpeándome con el látigo. Cuando llego al arroyo, no me deja descargar la nieve, sino que me obliga a completar el viaje con la carretilla hasta arriba. Cuando por fin el guardia se marcha e intento soltar la carretilla, descubro que una de mis manos se ha congelado, pegada al mango, y tengo que calentarla con el aliento para poder recuperarla .

Un día habíamos estado llevando sacos de cemento a la espalda de unos 40 kilos. Al terminar estábamos agotados y caímos desplomados de cansancio en el suelo. Alguien levantó la tapa del cubo de sopa, pues de un momento a otro la sirena iba a tocar al descanso del mediodía. En ese momento se abre la puerta del cobertizo donde estábamos y un SS ruge: Os voy a enseñar. Vuelca el cubo de la sopa que queda derramada sobre la arena. El monstruo se queda en la puerta y a medida que vamos pasando nos pega con un tablón en la cabeza. Nos atamos de nuevo al remolque y a galope tendido nos hace ir hacia la fábrica del pueblo. Sin comida y sin descanso. Los kapos estaban furiosos, pues también ellos estaban castigados .

Otro día vimos a dos sacerdotes de rodillas en el suelo y vueltos contra la pared donde los dejaron bajo vigilancia. Llovía y soplaba un viento gélido. Eran dos sacerdotes que habían pillado cogiendo hierbas. Por la tarde, cuando volvimos a pasar, los dos infelices seguían en el mismo sitio, arrodillados y completamente desnudos, mientras desde el piso superior los canallas de los SS arrojaban cubos de agua fría sobre ellos en pleno invierno. ¿Qué había pasado? Durante un registro inesperado encontraron en sus bolsillos restos de polvo verde, delatores del robo de hierbas. Por fin volvieron al campo más muertos que vivos para el recuento nocturno .

 

EXPERIMENTOS

El doctor Schilling en febrero de 1942 tuvo permiso para experimentos con los prisioneros sobre tratamientos antipalúdicos. Los primeros cobayas seleccionados fueron los de triángulo verde, es decir, los antiguos criminales. Ellos debían estar con buena salud y no haber tenido antecedentes infecciosos graves. Después investigó con detenidos inactivos de menos de 45 años y en otoño de 1942 con sacerdotes polacos. Los kapos se encargaron de la selección. Escogieron 18 sacerdotes para los experimentos. Después fueron llevando a otros. En total hicieron experimentos con 176 sacerdotes polacos, cuatro checos y cinco alemanes, con investigaciones sobre la malaria. Los escogidos eran infectados con inyecciones de sangre contaminada o con una solución rica en parásitos. Los que sufrían esto debían sufrir después los cuidados que empleaban para curar la enfermedad. Además de inyecciones y toma de quinina, los enfermos eran sumergidos en baños muy calientes y después secados, lo que provocaba saltos de temperatura y debilidad de corazón. Uno de los principales peligros eran los medicamentos que empleaban para curar.

Una sobredosis de pyramidon fue causa de muchas muertes. Había muertes directas y otras indirectas, debidas a patologías inducidas por la malaria, como la tuberculosis o fallos renales. Otras investigaciones eran sobre el flemón, patología que sucedía a muchos heridos y mal curados o mal desinfectados por heridas de guerra. Además del dolor insoportable, podía degenerar en gangrena. Por falta de cuidados apropiados era uno de los factores principales de mortalidad en el campo de batalla. A estos motivos militares se unía un factor personal para el jefe Himmler: Reinhard Heydrich, uno de los jefes SS, después de un atentado el 4 de junio de 1942 había recibido heridas que en sí no eran mortales, pero, en los asientos del vehículo que lo trasladaba, se habían infectado sus heridas y habían provocado una infección fatal.

El 10 de noviembre de 1942, 20 sacerdotes fueron seleccionados por Karl Zimmerman y, después de una serie de exámenes, ocho fueron juzgados aptos para los experimentos y se unieron a otros 12 que habían sido ya aceptados. Hicieron tres grupos. El primero recibió tratamiento de tibatina, una sulfamida con eficacia probada. El segundo con un producto equivalente con comprimidos de Albucid y el tercer grupo no tuvo ningún tratamiento. Fueron inoculados con algunos centímetros cúbicos de pus y a las pocas horas comenzaron los síntomas con fiebre y dolores intensos, que se transformaron en flemones gigantescos. Indiferentes a los sufrimientos, los médicos SS, asistidos por enfermeros, les dieron a los dos primeros grupos el tratamiento. Los tratados con tibatina mejoraron favorablemente. El balance final es que de 40 eclesiásticos que sufrieron la inoculación, once murieron. Los sobrevivientes sufrieron secuelas durante todo el resto de su vida, como pérdida de dientes o parálisis parciales. Otros experimentos trataban de ver cómo reaccionaba el cuerpo humano en altitud con hipotermia y absorción del agua del mar para responder a las necesidades de los pilotos de la Luftwaffe, que podían ir a gran altitud y caer al mar. El padre Leo Michalowski fue seleccionado para soportar tests de resistencia en inmersión de agua helada después de haber sufrido experimentos sobre la malaria en el verano de 1942. Cuando la temperatura corporal llegaba a 30 grados, él perdía el conocimiento, pero entonces era reanimado. De esta experiencia él conservará una debilidad cardíaca definitiva. El padre Karel Horky llegó a Dachau el 20 de mayo de 1942. Fue enviado a trasladar los calderos de comida, pero se quemó en las manos y pies. Las llagas se le infectaron y, cuando pidió cura, recibió golpes. En una de las piernas se desarrolló un flemón. Le hacían incisiones y le daban algunos comprimidos ineficaces. Sus llagas necrosadas fueron envueltas en viejos periódicos. Fue seleccionado para el transporte de inválidos. Pero por intervención del doctor Heinrich Stöhr fue salvado y le cortaron la pierna por encima de la rodilla. Sus familiares le enviaron una prótesis. El padre De Coninck habla de la protección de la Virgen cuando ya estaba en la lista de inválidos. Estos transportes de inválidos eran el terror de los ancianos de todo el campo.

 

KAZIMIERZ  MAJDANKI

Kazimierz Majdanski fue arrestado por los nazis cuando era seminarista en Wloclawek el 7 de noviembre de 1939 junto con otros alumnos y profesores, y encerrado en el campo de concentración de Sachsenhausen y en Dachau después. En Dachau fue sometido a criminales experimentos seudocientíficos que lo llevaron al borde de la muerte. En ese campo de Dachau permaneció hasta la liberación del campo por los aliados en 1945. Después de la liberación, él con otros seminaristas y profesores polacos fue enviado a París donde fue ordenado sacerdote por Monseñor Karol Radonski y el Papa Juan XXIII lo nombró obispo auxiliar de Wloclawek.

 

 

 

DECLARACIÓN  DE  1975  EN  EL  TRIBUNAL  DE  MÚNICH

            El entonces obispo Kazimierz Majdanski declaró en 1975 ante el tribunal sobre su experiencia en Dachau:

Entre los veinte seleccionados había dos eclesiásticos no polacos: el Rev. Zamecnick, checo, y el pastor holandés Tundermann.

Al principio, las curas eran realizadas bajo el agua. Después, en la propia sala. Hasta cuando estaba tendido en la cama, el dolor era muy intenso y se acentuaba simplemente por el hecho de que alguien pasara junto a mí e hiciera vibrar el pavimento. No había que pensar en moverse e incluso los movimientos de los brazos eran muy limitados. Mi estado era tal que tenía gran dificultad para tomar la acostumbrada comida del campo, a pesar del hambre tremenda.
El enfermero Hermann, al ver mis terribles dolores, me dio calmantes alguna vez.

En los primeros días de este mes de enero, el enfermero Heini Stöhr, que tenía una buena disposición hacia mí, manifestó preocupación por mi estado de salud tras haber visto, supongo, los resultados de los análisis de sangre que me hacían sistemáticamente. Con ayuda del enfermero Franz me llevó al ambulatorio, y allí dijo que yo corría el riesgo de contraer una infección general. Heini quería salvarme, si bien su intento resultaba sumamente peligroso en cuanto suponía un sabotaje a los experimentos. Me puso una inyección (por lo que sé, era de Tibatin) y volvió a hacerlo en ocasiones sucesivas. El hecho es que experimenté una mejoría bastante rápida, que llenó de asombro a mis compañeros. El intento de salvar mi vida se llevó a cabo en el más absoluto de los secretos y fue posible gracias al hecho de que la comisión dejó de visitar nuestra sección por temor a la epidemia de tifus abdominal que se había declarado en el campo. Dejé la sección en los primeros días de abril de 1943.

Yo mismo, por otra parte —a pesar de ser el más joven entre los prisioneros sometidos a experimentos—, a no ser por una ayuda y asistencia particular no habría podido, por motivos de salud, estar aquí presente.

Por qué declaro en este proceso:

Soy defensor ferviente de la paz y la reconciliación, de lo que he dado pruebas en numerosas ocasiones, tanto en mi vida privada como en la pública, así como en cuanto miembro del Episcopado polaco que durante el último Concilio dirigió al Episcopado alemán un mensaje de reconciliación.

Estos experimentos de los cuales estoy dando testimonio eran sólo parte de una realidad más amplia, que puede ser sintetizada, cualitativamente, así: de 2.720 eclesiásticos de veinte nacionalidades que había en Dachau, 1.777 eran sacerdotes polacos; la mitad de los cuales murieron en el campo; de los sacerdotes de otras nacionalidades fallecieron casi un 18 %. De mi diócesis había en Dachau 223 sacerdotes, 148 de los cuales murieron allí: entre ellos se encontraban mis educadores y profesores, así como el obispo que me precedió en la diócesis, el beato mártir Michał Kozal, quien falleció durante el período en que estuvimos sometidos a experimentos, en aquella misma enfermería, tras haber recibido una inyección mortal el 26 de enero de 1943.
            En la actualidad vive aún en mi diócesis un pequeño grupo de ex cautivos: en otras diócesis y en las Órdenes religiosas han sido muy escasos los supervivientes. Estamos aún con vida quizá para recordar a los que ya no están aquí; hoy rindo este testimonio a quienes murieron en la sección de experimentos de Dachau y que, como yo, pertenecían al tercer grupo .

Kazimierz tendió su mano al doctor Schutz y él la estrechó con tal fuerza que no me la quería soltar. Parecía arrepentido de sus actos y emocionado por haberle dado públicamente mi perdón.

En 1972 un grupo de sacerdotes polacos exprisioneros de Dachau colocaron allí una lápida en la que escribieron: Aquí en Dachau entre las personas enviadas al suplicio uno de cada tres era polaco y entre los sacerdotes polacos prisioneros uno de cada dos sacrificó aquí su vida. Los sacerdotes polacos compañeros de cautiverio honran su santa memoria.

 

LIBERADO

El padre Jean Bernard, luxemburgués, estuvo internado en el campo de Dachau y nos cuenta en su libro autobiográfico, titulado Un sacerdote en Dachau, sus experiencias, que fueron la base de la película El noveno día.

Él refiere: Cuando rezábamos juntos en el Campo de trabajos forzados, llamado también campo de exterminio, junto a las oraciones de la misa, el padre Coninck sujetaba secretamente la hostia consagrada en la mano. Es imposible describir con palabras el consuelo, el coraje y la disposición al sacrificio que traía al corazón atormentado de estos sacerdotes la santa misa .

Un día me dijeron que había sido incluido en la lista de transporte del próximo sábado. Alguien estaba dispuesto a quitar el nombre del archivo para que nunca llegara a formar parte del transporte. El precio era barra y media de pan. Precio demasiado alto ¿Cómo íbamos a ahorrar barra y media de pan? Además no teníamos certeza de que el nombre desapareciera del archivo. Si tenía que morir me daba lo mismo hacerlo por inanición que gaseado. Mis compañeros me dijeron: Como estás en la lista, primero te compraremos a ti. Para hacer más fácil el ayuno, a partir de ahora compartiré el pan contigo y la semana que viene tú harás lo mismo por mí, anotó Batty Esch. Monseñor Origer dijo: Yo también quiero ayudar. Ya no pido nada a la vida. Mi misión está cumplida.

Hoy cada vez que recuerdo el sacrificio que hombres tan nobles estuvieron dispuestos a hacer por mí, me cuesta contener las lágrimas. Entonces no éramos tan sentimentales y, por eso, nos limitamos a darnos un apretón de mano sin pronunciar palabra. Al día siguiente, dimos la respuesta positiva y un anticipo de media barra de pan. El martes por la noche el primero de nosotros desaparecerá del archivo de los vivos, nos anunciaron: No soy demasiado optimista. Si al tipo lo descubren falsificando el registro no lo contaremos ni él ni nosotros. Pero no tengo elección, porque dentro de unos días me espera una muerte segura bajo las fauces de un comando de transporte. La noche del martes al miércoles no consigo pegar ojo. Oficialmente me estoy muriendo. No estoy seguro de que mi muerte oficial no traiga consigo consecuencias imprevisibles. Me pongo a rezar .

El 5 de agosto de 1942 me llaman para ser liberado. Peso 45 kilos. Me dan ropa y recupero todo lo que entregué al llegar: dinero y los objetos personales que dejé hace 18 meses. Tomo el tren en la estación del pueblo y voy con sotana clerical, llamando la atención de los que me ven. Al día siguiente, vuelvo a celebrar misa por primera vez después de mucho tiempo.

Su  salud se acabó de quebrar del todo. Tuvo que pasar un año ingresado en un sanatorio a causa de la debilidad y agotamiento extremos. El constante hostigamiento de que continuó siendo objeto por parte de la Gestapo de Luxemburgo le llevó a trasladarse a un monasterio de una zona rural desde donde vivió la liberación de las fuerzas aliadas en octubre de 1944. Murió el 1 de septiembre de 1994 a los 87 años de edad.

 

MARCHAS  DE  LA  MUERTE

En los últimos meses de existencia del campo de Dachau los sufrimientos de los detenidos llegaron al punto máximo debido a la epidemia de tifus exantemático. Los aliados multiplicaban sus bombardeos y las alertas eran diarias. Múnich a 13 kilómetros fue arrasada por las bombas. Los crematorios del campo no eran suficientes para cremar a tantos fallecidos. Del 1 de enero al 29 de abril asesinaron entre 13.000 y 15.000. Entre los presos se extendió el terrible rumor de que iban exterminar a todos los prisioneros para quitar toda huella de los sucedido y que iban a hacerlo con lanzallamas o por bombardeo de la aviación alemana. También los sacerdotes fueron presa de ese rumor, pero encontraban fuerza y consuelo en la oración y comunión.
Del 3 al 11 de febrero de 1945 se celebraron oficios especiales en la capilla para evitar los peligros que se rumoreaban. En esos momentos, el tifus arreciaba, los bombardeos aliados los amenazaban y había otros peligros. Ellos rezaban, no solo por su salvación, sino por todos los detenidos. Del 27 de marzo al 11 de abril fueron liberados 150 sacerdotes alemanes y austríacos.

Joseph Kentenich, fundador del movimiento de Schönstatt, fue liberado entre ellos, pero otros murieron en esos días por el tifus. Dachau fue liberado el 29 de abril por los americanos. Encontraron miles de presos en un estado lamentable y muy frágil, como esqueletos, por la falta de alimento. Algunos murieron al comer con avidez más de la cuenta de lo que les dieron los americanos.

Antes de la llegada de los aliados, los alemanes organizaron el 26 de abril marchar hacia el sur de Alemania. En una de las marchas había 1.524 judíos agotados, 4.150 rusos y 1.213 alemanes, entre los que había 80 sacerdotes. Les hicieron caminar, rodeados de SS dispuestos a disparar a la menor muestra de debilidad. Por eso se le llama la marcha de la muerte. Y no fue una sola, sino varias que salieron distintos días en distintas direcciones y de distintos campos, como si los alemanes quisieran tener a los presos hasta el último momento posible.

 

LIBRES

Otto Pies refiere que pudo salvar muchos sacerdotes que iban en la marcha de la muerte entre 7.000 prisioneros. El religioso Franz Kreis era teniente del ejército alemán y les ayudó a conseguir víveres y un camión para transportarlos y así pudo salvar a muchos sacerdotes y laicos, judíos o no.

Algunos presos importantes fueron transferidos dentro del campo al llamado bunker de honor, que en realidad era el antiguo burdel. Monseñor Piguet, al saberlo, echó agua bendita y celebró una misa de reparación por los pecados cometidos en ese lugar. El 24 de abril le comunicaron a Mons. Piguet que sería trasladado a otro lugar. Los sacerdotes creyeron que lo llevaban a la muerte y se hicieron presentes para testimoniarle su cariño y fidelidad y pedir la bendición. Pero fue llevado a Innsbruck en Austria y fue liberado con salud.

El 29 de abril se levantó en el campo una bandera blanca, indicando rendición. Los sacerdotes aprovechan para celebrar misas durante todo el día, de uno en uno en la capilla. Los tres primeros aliados que entraron en el campo fueron: un soldado judío, la periodista Margaret Higgins y un capellán militar, que rezó un padrenuestro delante de todos para agradecer a Dios por la liberación.

Los libertadores encontraron en el campo presos famélicos y montones de cadáveres sin enterrar en los vagones venidos de Buchenwald. Algunos SS se negaron a rendirse y los aliados tuvieron que aniquilarlos después de una serie de disparos por ambas partes. A continuación algunos de los verdugos del campo fueron ejecutados sin más formalidad. Los detenidos perseguían a sus antiguos kapos más sádicos y los apedreaban hasta matarlos. Pero en general había una gran alegría por la liberación y en la capilla fue cantado un Te Deum. El padre Jacques Sommet fue al crematorio a rezar por los difuntos que allí habían sido asesinados.

El padre Morelli recuerda: Fue una de las grandes alegrías de mi vida: sentirme libre. Era algo inaudito después de dos años. Estaban las puertas del campo abiertas y podía pisar el suelo del campo con libertad. Creyendo soñar, pisaba fuerte con el pie el suelo para asegurarme de que no estaba soñando .

Los americanos estaban desconcertados por la epidemia y no sabían qué hacer. Como medida preventiva, encerraron en un bloque a los contagiados de tifus y les obligaron a guardar cuarentena para recibir los cuidados oportunos. Hicieron fumigación masiva con DDT y campaña de vacunación y el equipo médico americano tomó otras medidas pertinentes. Muchos periodistas se presentaban para tomar fotos de los horrores que veían en los presos famélicos y en los montones de cadáveres aún sin enterrar. En algunos lugares hicieron venir a los alemanes que vivían en pueblos cercanos para que vieran lo que había sucedido sin que ellos lo supieran.

El padre Michel Riquet le escribió al general Dwight: Después de 10 días de la liberación del campo, todavía hay 34.000 prisioneros entre los alambres del campo, a pesar de estar impacientes para salir con libertad. En las barracas, visitadas por la prensa internacional, hay hombres amontonados con disentería, muriendo unos 135 por día como en los peores tiempos pasados en este campo .

La capilla estuvo abierta a todos, dirigida por los sacerdotes polacos. Todos los sacerdotes de distintas nacionalidades venían a celebrar la misa. El 3 de mayo, fiesta nacional de Polonia, se levantó una cruz de 12 metros de alto y un altar en el lugar en que se hacían flagelaciones y ejecuciones en tiempo de las SS. Ese día se celebró una misa por Polonia martirizada. El 8 de mayo, día de la capitulación alemana, se celebró un Te Deum solemne y a lo largo del mes de mayo hubo muchos oficios solemnes. A pesar de que muchos presos fueron liberados y salieron del campo rumbo a sus lugares de origen, muchos sacerdotes se quedaron en el campo, atendiendo a los enfermos y agonizantes, apoyados por la Misión vaticana venida de Francia y dirigida por el padre Jean Rodhaim, que trajo franciscanas misioneras de María para atender a los enfermos. Ellas encarnaron la delicadeza femenina y la caridad en ese campo en que durante varios años había prevalecido la fuerza y la violencia. Ellas salvaron a cientos de vidas humanas. Entre los sacerdotes que se quedaron para atender a los enfermos, destacan los franceses. Otros sacerdotes hicieron tareas administrativas para ayudar a los americanos a recensar a los que quedaban libres. Muchos sacerdotes organizaron los servicios postales y redactaron informes para tener a los antiguos detenidos informados sobre la situación del campo.

A partir de junio, el tifus fue detenido. Habían sido curados unas 19.200 personas en Dachau y 1.400 en Allach. Y así comenzó la repatriación de los que todavía habían quedado y los mismos sacerdotes regresaron a sus lugares de origen a retomar sus tareas pastorales con sus feligreses. Los sacerdotes polacos temían la persecución del gobierno comunista de su país. Muchos de ellos tomaron la dirección de París, donde fueron acogidos por el arzobispo cardenal Suhard y por el Nuncio apostólico Angelo Roncalli, futuro Papa Juan XXIII. Y muchos seminaristas, que esperaban desde hacía varios años su ordenación sacerdotal, fueron ordenados sacerdotes en el verano de 1945.

Este mismo año 1945 se organizó el primer proceso a los verdugos de Dachau, en el que muchos sacerdotes fueron llamados como testigos. El volver al campo donde millares de SS estaban detenidos fue una prueba penosa. Comparecieron 40 acusados, en primer lugar el comandante del campo Martín Weis, médicos de experimentos y kapos, entre los que estaba Fritz Becher, que tanto había hecho sufrir a los sacerdotes. Al final de ese primer proceso, hubo 36 penas de muerte y se ejecutaron de hecho a 28.

FRUTOS  DE  LA  EXPERIENCIA

Entre los frutos de la experiencia de los sacerdotes en el campo de concentración de Dachau, podemos destacar el deseo de unidad eclesial entre todos los católicos, el deseo de unidad entre los cristianos y el fomento del ecumenismo (nunca en la historia se habían juntado tantos sacerdotes católicos con hermanos separados protestantes; entre ellos había unos 100 pastores evangélicos, unos 20 sacerdotes ortodoxos y dos imanes musulmanes). También estaba la urgencia del apostolado para fortalecer la fe católica y la lucha por la dignidad de la persona y sus derechos contra tanta barbarie y brutalidad vivida en ese campo de exterminio.

Dorothy Thompson, que había entrevistado a Hitler en 1931, se preguntaba quiénes habían soportado mejor las humillaciones y sufrimientos del campo y se respondía: Los sacerdotes católicos. El padre Joseph Bechtel, antes de morir, manifestó que ofrecía sus sufrimientos por sus parroquianos. Czeslaw Domachowski hizo lo mismo. El padre Gregoire Joannatey manifestó que ofrecía su vida por sus hermanos sacerdotes del mundo entero .

 

SAN  MAXIMILIANO  KOLBE

El padre Maximiliano en Auschwitz dio su vida a cambio de la de Francisco Gajowniczek, que había sido anotado para el bunker de la muerte entre los diez escogidos en lugar de uno que se había fugado.

El padre Fernando Kasz certifica que el padre Maximiliano salió espontáneamente de la fila, lo que ya era suficiente para la pena de muerte y, con voz fuerte y en un alemán correcto, dijo al comandante Fritsch, más o menos, esto: “Soy sacerdote católico polaco, soy anciano, tómeme para morir en su lugar”. El comandante, después de haberlo pensado un poco, ordenó al jefe de lista, Palitsch, que cancelara el número del prisionero escogido y pusiera en su lugar el número 16.670, es decir, el número del padre Maximiliano. Hecho esto Francisco Gajowniczek regresó a su fila, mientras el padre Kolbe con los otros nueve fue llevado a un bunker oscuro y subterráneo para morir de hambre .

Francisco Gajowniczek, el salvado, refiere así lo sucedido: Se había ido un prisionero de nuestro bloque 14 y fuimos alineados en diez filas durante la revista de la tarde. Estaba en la misma fila del padre Kolbe. Nos separaban tres o cuatro prisioneros. El comandante del campo Fritsch, rodeado de SS, se acercó y comenzó a escoger a  diez prisioneros para mandarlos a la muerte (por el fugado). El comandante me señaló a mí con el dedo. Salí de la fila y se me escapó un grito, diciendo que  desearía vivir para ver a mis hijos. Después de un momento, salió de la fila un prisionero, ofreciéndose en mi lugar. Se acercó al comandante (con la gorra quitada) y le dijo algo en alemán. El comandante aceptó el cambio y me hizo regresar a mi fila .

Otro de los prisioneros (José Stemler), añade: El comandante le había preguntado al padre Kolbe al ofrecerse en lugar del otro prisionero: “Tú, ¿quién eres?”. Y, al responderle que era sacerdote, el comandante le dijo a su acompañante: “Es un sacerdote”. Y respondió: “Acepto”. El sacrificio del padre Kolbe provocó una gran impresión en la mente de los prisioneros, porque en el campo no se encontraban casi manifestaciones de amor al prójimo. Normalmente un prisionero rehusaba dar a otro un pedazo de pan y aquí uno había ofrecido su vida por otro prisionero desconocido .

Ladislao Swies anota: En ese momento observé al padre Kolbe que ayudaba a uno de los condenados que casi no se sostenía  por estar más débil que él y no podía caminar solo .

El señor Bruno Borgowiec en su manifestación afirma: Antes de entrar en el bunker, se les hizo desnudarse. En otras celdas había ya otros 20 desgraciados que habían sido condenados por una fuga anterior. Al encerrarlos, los de la SS dijeron en voz alta: “Se marchitarán como los tulipanes”. Desde ese día no recibieron comida ni bebida. Los SS bajaban cada día para ver cómo estaban y llevarse los cadáveres de los muertos en la noche. Yo estaba siempre presente en estas inspecciones, porque debía anotar el número de los difuntos y traducir eventuales conversaciones con los condenados, del polaco al alemán .

            En la celda no había ventana, estaba en completa oscuridad y había un hedor terrible. El suelo era de cemento, sin ningún mueble, solamente un cubo para la necesidades naturales .

            La mirada del padre Maximiliano era penetrante y, cuando entraban los de la SS, no podían sostener su mirada y le gritaban: “Mira al suelo, no nos mires a nosotros” .

            Desde la celda en que se encontraban se oía cada día el rezo de oraciones, concretamente del rosario y también cantos a los que se unían los prisioneros de otras celdas vecinas. Durante la ausencia de los SS, yo iba a visitarlos al bunker para hablar con ellos y consolarlos. Las oraciones y los cantos a la Virgen dirigidos por el padre Kolbe, resonaban en todas las celdas. Me parecía encontrarme en una iglesia. Entonaba el padre Kolbe y los demás respondían a coro. A veces estaban tan sumergidos en la oración con los ojos cerrados que no oían a los SS que habían llegado para la inspección y sólo ante sus gritos se callaban.

Cuando se abría la puerta, a veces llorando, pedían en voz alta un pedazo de pan y un poco de agua y, si alguno se acercaba a la puerta, le daban una patada en el vientre que le hacía caer al piso de cemento y moría del golpe o lo mataban de un disparo.

            Estaban tan afligidos por la sed que se bebían su propia orina. El padre Maximiliano permanecía tranquilo, no se lamentaba y animaba a los otros. Cada día sus oraciones las hacían más débiles, con voz más baja. Cuando llegaba la inspección, el padre Kolbe se ponía de pie o estaba de rodillas y miraba a los que entraban con rostro sereno. Los SS, sabiendo que moría por otro, decían: “El padre es bueno. No hemos encontrado otro como él aquí”.

            Después de tres semanas, sólo quedaban en su celda cuatro vivos. Y uno de los días enviaron al director del ambulatorio, de nombre Bock, y a cada prisionero le ponía en el brazo izquierdo una inyección de ácido fénico. El padre Kolbe fue el  último y él mismo puso su brazo izquierdo a disposición .
Murió el 14 de agosto de 1945. Su cuerpo fue incinerado.

 

SANTA  EDITH  STEIN

            Se convirtió leyendo la vida de Santa Teresa de Jesús. Poco a poco fue brotando la inquietud vocacional en ella, mientras era acompañada por su director espiritual. El 15 de abril de 1934 tomó el hábito carmelitano y cambió su nombre por el de Teresa Benedicta de la Cruz.

Las fuerzas nazis de ocupación en Holanda declararon a todos los católicos-judíos como apátridas. Un cuerpo militar nazi ingresó al convento carmelita y se llevó a Edith con Rosa, su hermana, al campo de concentración de Auschwitz, junto a unos mil católicos de raza judía.

Los prisioneros fueron conducidos a la cámara de gas. Ella murió el 9 de agosto de 1942, ofreciendo su vida por la salvación de las almas, la liberación de su pueblo y la conversión de Alemania.

Santa Edith Stein fue canonizada por San Juan Pablo II en 1998, quien le dio el título de mártir por amor y en octubre de 1999 fue declarada co-patrona de Europa.

 

BEATO  P.  JOSÉ  KOWALSKI

            Fue encarcelado y, a pesar de los riesgos, realizó su pastoral en el campo de concentración de Auschwitz. De acuerdo con los testimonios, el beato organizaba la oración cotidiana en el campo.

El P. José Kowalski falleció la madrugada del 4 de julio de 1942, ahogado en la cloaca del campo, luego de haber sido torturado. Fue beatificado el 13 de junio de 1999.

 

OTROS  BEATOS

El 13 de junio de 1999, el papa Juan Pablo II beatificó, en Varsovia, a 108 mártires de la última Guerra Mundial en Polonia, y estableció que su fiesta se celebre el 12 de junio. Entre ellos hay 3 obispos, 52 sacerdotes diocesanos, 26 sacerdotes religiosos, 3 clérigos, 7 religiosos no sacerdotes, 8 religiosas y 9 personas laicas.

Los padecimientos de los 108 mártires polacos —torturados y ejecutados por los nazis durante la Segunda Guerra Mundial —elevados a los altares por el Papa Juan Pablo II— evidencian los sufrimientos de la Iglesia durante la Segunda Guerra Mundial, así como la ayuda que ellos prestaron a judíos, comunistas y en general a todo perseguido por las fuerzas del Eje.

Entre los polacos próximos a ser beatificados están 15 víctimas del campo de concentración de Auschwitz y otros 43 que sufrieron en Dachau. Hay dos religiosas, que se encuentran en la lista de los futuros beatos. Fueron asesinadas por rescatar a decenas de judíos durante la Segunda Guerra Mundial. De la misma manera, la religiosa dominica Julia Rodzinska (1899-1945) murió de tifus en el campo de concentración de Stutthof, luego de dar ayuda, junto con otras siete religiosas, a varias mujeres judías.

Los judíos hallados por los nazis en el ático del convento de las hermanas de la Inmaculada Concepción fueron la causa de la tortura y ejecución de las religiosas Bogumila Noiszewska (María Ewa) y Kazimiera Wolowska (María Marta), que murieron fusiladas en Slonim en 1942. Del mismo modo, el párroco de Gdeszyn, P. Zygmunt Pisarski, fue arrestado y asesinado en Dachau en 1943 por rechazar entregar a comunistas a la Gestapo.

Un convento mártir fue el de la Cartuja de Farneta en Italia. Los nazis asaltaron el monasterio, buscando refugiados judíos el 1 de septiembre de 1944. En el mes anterior habían tenido ocultos a 100 personas, la mayoría judíos y algunos partisanos de la Resistencia. Cuando llegaron los nazis, se llevaron prisioneros a 6 cartujos sacerdotes y a 6 cartujos, religiosos no sacerdotes, y a 32 civiles. Los otros civiles habían aprovechado para huir en los momentos del registro por las puertas de atrás hacia un bosque próximo. Entre los sacerdotes estaba el padre español Pedro Paulo Lapuente.

Un caso extraordinario fue el de la religiosa francesa Denise Bergon, que estaba apoyada por el arzobispo de la su diócesis de Toulouse, quien había dirigido una carta a sus feligreses, oponiéndose a la persecución que sufrían los judíos. La religiosa, con sus hermanas de comunidad, tenían un internado de niños y allí recibieron a niños judíos como si fueran niños de familias cristianas. Pero como había peligro de que los descubrieran, decidió esconderlos en un sitio oculto. El capellán, un hombre fuerte, abrió una trampilla en el suelo de la capilla y metieron a siete por el agujero. Allí estuvieron en una pequeña estancia subterránea de 2.5 de largo por uno y medio de alto durante cinco días. Sor Denise Bergon era, según refirieron los niños de adultos, como una madre para ellos. En total, salvó escondiéndolos, 83 niños. En 1980 fue nombrada justo entre las naciones por el centro conmemorativo del holocausto de Israel.

Julián Nowowiejski, arzobispo de Plock (1858-1941), fue duramente maltratado y finalmente asesinado en el campo de concentración de Dzialdow.

Otro de los obispos que fueron acosados por el nazismo fue el también prisionero en Dachau, Michal Kozal (1893-1943), obispo de Wloclawek, diócesis que sufrió el exterminio de la mitad de sus sacerdotes, once de los cuales están en la lista de beatificaciones. Michal Kozal ya es beato.

El beato Stefan Wincenty se había contagiado de tifus, confesando enfermos en la barraca de la cuarentena. Titus Brandsma fue beatificado el 3 de noviembre de 1985 en Roma. Karl Leisner, el sacerdote, que había sido ordenado en Dachau, y Bernhard Lichtenberg fueron beatificados el 23 de junio de 1996 en el estadio olímpico de Berlín. El padre Otto Neururer, muerto en Dachau, fue beatificado el 25 de noviembre de 1996 en Roma. También fueron beatificados el fundador del movimiento de Schönstatt, Joseph Kentenich y el padre Gerhard Hirschfelder, miembro de su movimiento. Georg Häfner fue beatificado el 15 de mayo de 2011. El padre Alojs Andritzki fue canonizado el 13 de junio de 2011. También fue beatificado el famoso obispo de Münster Mons. Clemente von Galen, llamado el león de Münster. El sacerdote dominico Giuseppe Giortti, muerto el 1 de abril de 1945, fue honrado desde 1995 como justo entre las naciones por el memorial de Yad Vashem en Israel. Su decreto de beatificación fue firmado por el Papa Francisco el 27 de marzo de 2013.

Benedicto XVI beatificó a Johannes Prassek, Edward Müller, Hermann Lange y Franz Jägerstätter. Otros muchos fueron asesinados por negar el juramento de fidelidad a Hitler o no querer saludar con el acostumbrado Heil Hitler. Otros lo fueron por hospedar judíos.

 

LA  IGLESIA  CATÓLICA  Y  LOS  JUDÍOS

En enero de 1940 el Papa Pío XII dio instrucciones a radio vaticana para que revelara la espantosa crueldad de la tiranía salvaje que los nazis estaban aplicando a los judíos y católicos polacos. Sobre estas transmisiones, el New York Times escribió una editorial, donde decía: Ahora el Vaticano ha hablado con una autoridad indiscutible y ha confirmado los peores presagios de terror que emergen de las tinieblas de Polonia. En Inglaterra el Manchester Guardian elogió al Vaticano como el más enérgico defensor de la Polonia torturada. Ese año más de la tercera parte del clero secular alemán y la quinta del regular, o sea, más de 8.000 sacerdotes, fueron sometidos a medidas coercitivas, 110 murieron en campos de concentración, 59 fueron ajusticiados, asesinados o perecieron a causa de los tratos recibidos .

En el mensaje de Navidad de 1942 el Papa hizo mención de los centenares de miles de personas que, sin ninguna culpa de su parte y, a veces, por el solo hecho de su nacionalidad o su raza han sido llevados a la muerte o a su progresivo exterminio.

El 10 de septiembre de 1943, las tropas alemanas entraron en Roma. El 20 de septiembre, Herbert Kappler, representante de la Gestapo en Roma, exigió a los judíos italianos que entregaran, en las 24 horas siguientes, cincuenta kilos de oro bajo pena de deportación inmediata. El gran rabino de Roma, Eugenio Zolli, que después de la guerra se hizo católico, acudió al Papa, porque sólo habían podido recoger 35 kilos y el Papa, con la ayuda de las comunidades católicas de Roma, le prometió los 15 kilos restantes, que después no fueron necesarios.  Sin embargo, el 16 de octubre de 1943, las SS. por orden directa de Himmler, arrestaron a 1.259 judíos, que fueron llevados a Alemania, donde la mayoría murió en las cámaras de gas.

            Pero el Papa no permaneció inactivo, a pesar de tener en Roma a los alemanes que lo vigilaban. Desde septiembre, había dado órdenes de que en todos los conventos, incluso de clausura, se recibieran judíos para evitar su arresto. Sólo en Roma, 155 conventos, (algunos de clausura), dieron asilo a cerca de 50.000 judíos. Al menos 30.000 encontraron refugio en la residencia veraniega papal de Castelgandolfo.  Sesenta judíos vivieron durante nueve meses en la universidad Gregoriana y varios centenares en el mismo Vaticano. El cardenal Boetto de Génova salvó al menos ochocientos; el obispo de Asís escondió trescientos judíos durante más de dos años; el obispo de Campagna salvó a 961 en Fiume.  En total, más de 85.000 judíos italianos fueron salvados por la acción directa de la Iglesia católica.

La gravedad de esconder judíos en conventos y edificios de la  Iglesia era evidente, dada la neutralidad vaticana, pues esto podía ser considerado como un acto hostil contra los alemanes. La noche del 26 al 27 de noviembre de 1943, las SS. y los fascistas irrumpieron en algunas instituciones católicas de  Florencia e hicieron arrestos y deportaciones. El 21 de diciembre, una irrupción también en Roma, en el Seminario Romano, en el Lombardo y en el Russicum preocupó mucho a la Santa Sede, pues podía ser acusada de favorecer a los enemigos del Reich, pero la cosa no fue a mayores.

            Mientras tanto, el Papa se preocupaba del abastecimiento de víveres de la población de Roma y usaba toda la diplomacia para conseguir de ambos bandos en guerra, que Roma no fuera campo de batalla y así fuera protegido el gran tesoro artístico y cultural de la ciudad. Por esto, después de la liberación, el Papa Pío XII fue considerado como el defensor de la ciudad por los italianos. En cuanto a los judíos, mientras el 80% de los judíos europeos hallaron la muerte durante la guerra, el 80% de los judíos italianos se salvó.

En Actes et documents du Saint Siege à la seconde guerre mondiale, Ed. Librería Vaticana, 1970, vol 1, p. 455, se encuentra lo que dijo Pío XII sobre lo que sucedía en Polonia sobre los deportados judíos a campos de exterminio: Tendríamos que pronunciar palabras de fuego contra tales hechos y lo único que nos lo impide es saber que, si habláramos, haríamos todavía más difícil la situación de esos desdichados. De hecho los obispos holandeses habían escrito una carta pastoral condenando las deportaciones de los judíos y Hitler se vengó mandando que fueran deportados todos los católicos judíos. Unos 40.000 católicos judíos fueron llevados a la muerte. Entre ellos murió la famosa santa Edith Stein, que vivía como carmelita descalza en un convento de Holanda. La Iglesia la ha nombrado entre los patronos de Europa.

Muchos se han atrevido a denunciar al Papa Pío XII por no haber hablado fuerte y claro contra las deportaciones de los judíos. La Iglesia estaba en la mira del nazismo. Ya en 1935 Heydrich, jefe de la Gestapo, escribió en Metamorfosis de nuestro combate que las dos grandes amenazas contra Alemania eran el judaísmo y el catolicismo. Pío XII decidió hacer mucho y hablar poco.

Según Pinchas Lapide (que prestó servicios de cónsul de Israel en Milán y entrevistó a los judíos italianos sobrevivientes), en su libro Three Popes and the Jews dice que Pío XII contribuyó sustancialmente a salvar a 700.000 judíos, y tal vez a 860.000, de la muerte segura a manos de los nazis. Y sigue diciendo: La Iglesia católica salvó más judíos durante la guerra que todas las demás iglesias, instituciones religiosas u organizaciones juntas. Esto en contraste con lo conseguido por la Cruz Roja o las democracias occidentales .

La Cruz  Roja internacional y otras naciones neutrales como Suecia y Suiza optaron también por no protestar, dado que temían que sus actividades humanitarias pudieran  ser interrumpidas en los países bajo control alemán . Pero, si el Papa hubiera denunciado a los nazis con fuerza, ¿hubieran éstos dejado de seguir con su política anticatólica y antijudía? No es oportuno denunciar a un asesino que tiene a las víctimas a su merced, si no se tienen los medios de alejarlo inmediatamente de la oportunidad de hacerles daño. Documentos nazis, publicados en 1998 y recogidos en el libro Pio XII e gli ebrei de Margherita Marchione, revelan la existencia de un plan alemán, denominado Rabat-Fhon, que hubiera debido llevarse a cabo en enero de 1944 y que preveía que soldados de la octava división de caballería de las SS., disfrazados de soldados italianos, conquistaran el Vaticano y eliminaran a Pío XII con todo el Vaticano. La causa de la represalia aparece explícitamente: la protesta del Papa a favor de los judíos.

El diario de Goebbels confirma la información que ya se temía por aquella época de que Hitler pensó varias veces en arrestar al Papa y hacerlo prisionero en Liechtenstein o en Múnich. Si el Papa hubiera hablado fuerte, los nazis habrían tenido el motivo apropiado para su propaganda de que el Papa era antialemán y lo habrían arrestado, los conventos hubieran sido privados de su inmunidad y el Papa no habría podido salvar a tantos miles de judíos italianos con su acción directa. Asimismo hubiera dado motivo para una sangrienta masacre de sacerdotes y seglares católicos en el III Reich. Si el Papa hubiera hablado más, hubiera expuesto a la represalia la vida de millones de católicos en los territorios ocupados.

            Una deliberada condena de Hitler y una condenación pública ¿hubiera arreglado algo? Pinchas Lapide dice: Ninguno de nosotros quería que el Papa hablase abiertamente. Nosotros éramos todos refugiados. La Gestapo habría aumentado e intensificado las persecuciones .

            El sacerdote católico Jean Bernard, internado en el campo de Dachau, dice en sus Memorias que los sacerdotes temblaban cada vez que llegaba una protesta de una autoridad religiosa, especialmente del Vaticano.

            Robert Kempner, delegado de los Estados Unidos en el Consejo del tribunal de crímenes de guerra de Nuremberg, escribió: Cualquier  tentativa de propaganda de la Iglesia católica contra el Reich de Hitler, no sólo  hubiera sido un suicidio provocado, como ha declarado actualmente Rosenberg, sino que habría acelerado la ejecución de un número mayor de sacerdotes y de judíos .

            Los nuncios en Eslovaquia, Croacia, Rumania y Hungría  consiguieron  también evitar muchas muertes de judíos. El 14 de febrero de 1943, el nuncio en Bucarest recibía del presidente de la Comunidad judía de Rumania su agradecimiento por la asistencia y protección de la Santa Sede a favor de los judíos. El rabino jefe de Jerusalén, Herzog, manifestaba el 19 de julio y el 22 de noviembre de 1943 los sentimientos de sincero agradecimiento y profundo aprecio por la actitud benévola hacia el pueblo de Israel y por el validísimo apoyo prestado por la Iglesia católica al pueblo hebreo en peligro.

            En 1943, Chaim Weizmann, que llegaría a ser el primer presidente del Estado de Israel, escribió: La Santa Sede está prestando su poderosa ayuda donde es posible para aliviar la suerte de mis correligionarios perseguidos. En septiembre de 1945, Leon Kubowitzky, secretario general del Congreso judío mundial, agradeció personalmente al Papa sus intervenciones y donó 20.000 dólares al Óbolo de San Pedro como signo de reconocimiento por la obra desarrollada por la Santa Sede, salvando a los judíos de las persecuciones fascistas y nazis.

En 1955, la Unión de comunidades judías italianas proclamó el 17 de abril jornada de agradecimiento por la asistencia recibida por el Papa durante la guerra.

El más ilustre de los judíos, Albert Einstein, dijo en Time magazine el 23 de diciembre de 1940: Las universidades como los periódicos fueron reducidos al silencio en pocas semanas. Sólo la Iglesia católica permaneció sólidamente firme e hizo frente a la campaña de Hitler, que suprimía la verdad. Yo no he tenido ningún interés en la Iglesia, pero ahora tengo un gran afecto y admiración, porque sólo la Iglesia ha tenido el coraje y la constancia de defender la verdad intelectual y la verdad moral. Yo debo confesar que lo que, alguna vez, he despreciado, ahora lo debo elogiar sin reservas.

Por eso, en 1954, el judío León Poliakov escribió que los extraordinarios esfuerzos humanitarios hechos por la  Iglesia tras el terror de Hitler, jamás podrán ser olvidados .

Francis Osborne, ministro plenipotenciario británico ante la Santa Sede, no católico, que estuvo alojado en el Vaticano desde junio de 1940 hasta el otoño de 1944, y que conoció bien al Papa, dice en una carta al Times de Londres, el 20 de mayo de 1963: Pío XII era muy benigno, gentil, generoso, comprensivo. Una persona que he tenido el privilegio de encontrar a lo largo de mi vida. Sé que, por su naturaleza sensible, estaba constantemente afligido por el trágico sufrimiento humano causado por la guerra y, sin duda, él hubiera estado listo para ofrecer su vida por aliviar a la humanidad de las tragedias del conflicto. Pero ¿qué cosa podría haber hecho más eficazmente?. Domenico Tardini, un cercano colaborador del Papa, dice que en los meses de guerra, redujo su alimento y multiplicó sus penitencias hasta prescindir, entre otras cosas, de la calefacción de sus habitaciones durante el invierno.

El general Montgomery escribió en el Sunday Times de Londres, del 12 de octubre de 1958, a los tres días de su muerte: He was a great good man and I loved him (él fue un gran hombre y un buen hombre, y yo lo quería).

Golda Meir, primer ministro de Israel, con motivo de su muerte, envió un mensaje que decía: Cuando el terrible martirio se abatió sobre nuestro pueblo, la voz del Papa se elevó por las víctimas. Lloramos por un gran servidor de la paz . Al conocer la muerte del Papa, el gran director de orquesta, el judío Leonard Bernstein, detuvo su batuta y pidió un momento de silencio para honrar al Papa que había salvado la vida de tantas personas sin distinción de raza, nacionalidad o religión .

 

JUAN  XXIII

Precisamente un asunto importante de su trabajo era la salvación de los miles de judíos perseguidos por los nazis. En Bulgaria había muchos judíos eslovacos deportados de Hungría y que se encontraban en campos de concentración. Ellos obtuvieron visados de paso para Palestina, firmados por Roncalli. Por este hecho, el 22 de mayo de 1943, Chaim Barlas, de la Agencia judía de Jerusalén, le envió una carta de agradecimiento .

Roncalli por su parte, en febrero de 1944, se entrevistó dos veces con Isaac Herzog, el gran Rabí de Jerusalén, para tratar el destino de 55.000 judíos en Transnistria, una provincia administrada por Rumania. A medida que los alemanes retrocedían, eran trasladados a campos de exterminio. La última esperanza era la intervención del Vaticano ante el gobierno rumano. Esta vez Roncalli se ganó el aprecio del gran Rabí, que le dirigió una carta el 28 de febrero de 1944 en la que le decía: Deseo expresar mi gratitud más profunda por los pasos enérgicos que usted ha dado y por su voluntad de salvar a nuestro desgraciado pueblo, víctimas inocentes de los horrores de un poder cruel... Usted sigue la tradición profundamente humanitaria de la Santa Sede y los nobles sentimientos de su corazón. El pueblo de Israel nunca olvidará la ayuda proporcionada por la Santa Sede y sus más altos representantes a nuestros hermanos y hermanas en estos momentos, los más tristes de nuestra historia .

El gobierno alemán se opuso a la liberación de miles de judíos de los campos de concentración de Rumania. Sólo uno o dos barcos pudieron pasar con refugiados judíos por Estambul camino de Palestina. En julio de 1944, Roncalli informaba de la llegada de un barco desde Transnistria con 730 pasajeros, incluyendo 250 huérfanos .

Lo que pudo hacer fue remitir a los diplomáticos vaticanos de Hungría y Rumania certificados de inmigración con su firma; con ello, muchos pudieron ser salvados, probablemente con la venia del embajador alemán Von Papen. El postulador de la causa de beatificación de Juan XXIII manifestó que, cuando las tropas alemanas ocuparon el sur de Francia, recibieron orden de deportar a los campos de exterminio polacos a 10.000 judíos, que se encontraban allí. Todos ellos eran súbditos turcos, nacionalizados franceses. Para salvarlos, el doctor Barlas, secretario del Comité sionista, se acercó a Estambul, se hizo preceder de una presentación del Delegado apostólico (Monseñor Roncalli) y se acercó al embajador alemán (Von Papen), diciéndole: Solo usted puede ayudarnos. Von Papen habló con el ministro turco de Relaciones exteriores y pidió su consentimiento para enviar a Hitler un telegrama en que decía: La eventual deportación de los súbditos turcos (en Francia) provocaría en el país una profunda conmoción y podría incidir de modo muy negativo en las relaciones entre Alemania y Turquía.

 

JUAN  PABLO  II

Cuando el Papa visitó Jerusalén el año 2000, uno de sus compañeros judíos del Liceo de Wadowice declaró al New York Times, el 22 de marzo del año 2000: Soy Yossef Bainenstok, un sobreviviente de la Shoah después de haber estado varios años en campos de concentración. Cuando el Papa en 1992 visitó la tumba de su hermano Edmundo, que tenía una pobre lápida sobre la fosa, me dijo discretamente que le hiciera una más digna. Así es él. Yo veo en su rostro envejecido a aquel muchacho de Wadowice de gran corazón. Me produce verdadero dolor oír todos los disparates que se dicen aquí en Israel. ¿Qué más puede hacer? Ha manifestado su reconocimiento del Holocausto frente a los que lo niegan, su reconocimiento de Israel y pide a los cristianos que los judíos  no pueden ser considerados culpables de la crucifixión; ¿qué más se le puede pedir?

            Ante el muro de las lamentaciones de Jerusalén, oró y con mano temblorosa, siguiendo la tradición judía, introdujo entre las milenarias piedras un papel con una plegaria, que decía: Dios de nuestros padres, tú has elegido a Abraham y a su descendencia para que tu Nombre fuera dado a conocer a las naciones. Nos duele profundamente el comportamiento de cuantos en el curso de la historia han hecho sufrir a estos tus hijos y, a la vez que te pedimos perdón, queremos comprometernos en una auténtica fraternidad con el pueblo de la Alianza. Jerusalén, 26 de marzo del 2000. Juan Pablo II.

Unos días antes de la llegada a Jerusalén, ese mismo año 2000, la señora Edith Zirer refirió a los periodistas cómo él le había salvado la vida una fría mañana de enero de 1945. Ella había pasado tres años trabajando en la fabricación de municiones en un campo de concentración alemán y estaba a punto de morir. El 28 de enero las tropas soviéticas la liberaron del campo de concentración de Hassak.

Al ser liberada, quiso ir a su pueblo de origen para encontrar a su familia sin saber que todos habían sido asesinados por los nazis. Dice: El 30 de enero llegué a una pequeña estación ferroviaria entre Czestochowa y Cracovia. Me eché en un rincón de una gran sala donde había docenas de prófugos todavía en traje de rayas de los campos de exterminio y con el número de prisionero. Wojtyla me vio. Vino con una gran taza de té, la primera bebida caliente que probaba en unas semanas. Después me trajo un bocadillo de queso con pan negro polaco. Yo no quería comer, estaba demasiado cansada; pero él me obligó a comer. Luego me dijo que tenía que caminar para poder subir al tren.

Lo intenté, pero me caí al suelo. Entonces me tomó en sus brazos y me llevó durante mucho tiempo, kilómetros a cuestas. Recuerdo su chaqueta marrón y su voz tranquila que me contaba la muerte de sus padres y de su hermano, y me decía que también él sufría, pero que era necesario no dejarse vencer por el dolor y combatir para vivir con esperanza. Su nombre se quedó grabado para siempre en mi memoria. Quisiera darle un abrazo polaco, personalmente, cuando venga . Y se reunieron en Jerusalén y se dieron el abrazo polaco de la paz.

 

 

 

 

CONCLUSIÓN

Después de leer este librito nos hemos podido dar cuenta de cuánto sufrieron los sacerdotes en Dachau, que llegó a ser el mayor cementerio mundial de sacerdotes del mundo entero. Muchos fueron sometidos a experimentos y murieron en ellos y, los que los superaron, quedaron con secuelas para toda la vida. Otros muchos fueron torturados o asesinados por ser ancianos, enfermos o simplemente por ser sacerdotes católicos.

Lo cierto es que el convivir con otros sacerdotes de 25 nacionalidades distintas, les hizo sentirse como una unidad fuerte dentro de la Iglesia católica universal. Al vivir con pastores protestantes, les hizo sentir el deseo de sentirse hermanos y fomentar el ecumenismo. Por otra parte el vivir en unas situaciones extremas, les hicieron aferrarse a Jesús eucaristía para poder mantener su fe y poder comunicarla a los demás, especialmente a los laicos católicos. Incluso hubo quienes en momentos de epidemia fueron capaces de encerrarse con los enfermos para cuidarlos y atenderlos física y espiritualmente.

Era hermoso cuando alguno recibía paquetes de comida de sus familiares y poder repartirlos entre sus compañeros sacerdotes y otros prisioneros. Incluso algunos se atrevían a celebrar misa en el campo de plantación, aprovechando algunos momentos libres sin vigilancia y recoger algunas hierbas comestibles para poder sobrevivir mejor, a pesar del frío y las limitaciones de las enfermedades.

Y lo grande de todo es que, cuando estaban para morir, solían decir que ofrecían al Señor su vida por sus feligreses o por todos los sacerdotes del mundo o por la Iglesia y, por supuesto, por su propia familia, a quien siempre tenían presente en sus oraciones.

Ojalá que su ejemplo esté siempre vivo en nuestra vida y seamos capaces de defender nuestra fe y morir antes que ser apóstatas.

Que Dios te bendiga por medio de María.

 

Tu hermano y amigo para siempre.
P. Ángel Peña O.A.R.
Agustino recoleto

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Pueden leer todos los libros del autor en
www.libroscatolicos.org
BIBLIOGRAFÍA

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Heather Dune Macadam, Las 999 mujeres de Auschwitz, Ed. Roca, 2020
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  La baraque, p. 249.

  Sumario super dubio del proceso de canonización, pp. 310-311.

  Sum super dubio, pp. 227-228.

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  Sum super dubio, p. 309.

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  Moro Renato, La Iglesia y el exterminio de los judíos, Ed. Desclée de Brouwer, Bilbao, 2004, p.131.

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  Kazimierz Majdanski, Un obispo en los campos de exterminio, Ed. Rialp, Madrid, 1991, pp. 86-91.